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Ha aparecido una nueva ciencia: la claustrología. Estudio de los espacios cerrados. Con el confinamiento, la gente descubrió millones de posibilidades de puertas adentro. Claro que también salían al balcón material o virtual para relacionarse con el prójimo: aplaudir, cantar, demostrar alguna habilidad o comunicarse con sus semejantes a distancia. El hogar se convirtió en último refugio y cocinar en la tarea predilecta para combatir ansiedades. Un antecedente de la nueva disciplina podría ser «Viaje alrededor de mi habitación» de Xavier de Maestre (1794).

Cuando viajo visito todos los claustros que puedo. Espacios de paz que cercan el patio principal de una iglesia o convento. Igual que los castillos, son lugares donde uno puede aislarse o defenderse del mundo exterior. En unos casos, para huir de posibles amenazas; en otros, para recluirse y descubrir la interioridad. La sociedad del espectáculo le ha ido comiendo terreno a la vida interior y las distracciones impiden, a menudo, las reflexiones. 

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La claustrofobia no es miedo a una reunión de profesores. En psicopatología, es un trastorno que se opone a la agorafobia, miedo a los espacios abiertos. En la Grecia clásica, los ciudadanos se reunían en el ágora para discutir sobre las leyes y el futuro político de la ciudad. Al paso que vamos, cogeremos aversión a la política.

El primero de todos es el claustro materno, lugar protector del que salimos para no volver.