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Cuando se convocaron elecciones en la Comunidad de Madrid, tuviste una fácil premonición. La campaña sería dura, durísima y exenta de cualquier principio de índole moral. Pensaste que los argumentos brillarían por su ausencia y que, con toda probabilidad, se utilizaría el tema de la pandemia como arma arrojadiza entre unos y otros. Y más aún cuando constataste la vuelta de Iglesias al «ruedo», pero eso sí, sin renunciar a los privilegios de «casta» (concepto para él ya obsoleto) que su paso por el Gobierno le había puesto a sus aburguesados pies… A la postre, la calle y la agitación tenían que volver a ser suyas, en conocida expresión curiosamente franquista. Intuiste, igualmente, que el inane Gabilondo, metido a telonero, sería frecuentemente sustituido por Pedro Sánchez y que Ayuso recurriría, ¡cómo no!, al miedo para captar votos… Pero te quedaste corto. No han únicamente utilizado la pandemia en general, sino que no han tenido reparo alguno en ir más allá y tirarse, unos a otros, como arma arrojadiza, hasta vuestros mismísimos muertos, hasta vuestros enfermos, hasta vuestro dolor… ¿Se puede caer más bajo? La pregunta es meramente retórica, teniendo en cuenta la «calidad» moral de vuestra actual clase dirigente (sin excepciones). Esa clase dirigente (o parte de ella) que no ha dudado, reiteradamente, en demonizar el espíritu del 78 para, en un segundo estadio, intentar abolirlo…

- ¿Recuerdas?

En 1975, ni Pablo Iglesias (1978), ni Rufián (1982), ni Echenique (1978) habían nacido aún. Ni ellos ni tantos otros. Por eso, cuando hablan los mentados, de la Transición, hablan de oídas y osan (la ignorancia tiene esas cosas) censurar o criticar la Carta Magna, esa gracias a la cual, no obstante, vivieron cuatro décadas democráticas y en paz, la misma de la que se aprovecharon para saborear una juventud sin sobresaltos y la misma que los ha aupado, finalmente, al poder.

1975… España se acostaba, entre aterrorizada y sumisa, aguardando una historia de redención, esperando, con ansiedad, un milagro: la llegada de un espíritu salvador… Y llegó en forma de abrazo, un abrazo que actualmente se infravalora por el simple hecho de que quienes lo censuran no vivieron en carnes propias aquella etapa tan difícil… No en vano los que se achuchaban, convirtiéndose en «faros de Alejandría», en referentes, en modelos a seguir por la ciudadanía, eran o habían sido acérrimos enemigos, jugadores en campos opuestos hasta el paroxismo y heridos, todos, en su sentido figurado, pero también estricto, por una vomitiva guerra que, por civil, perdisteis todos…

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Y no te refieres a «El abrazo» de Juan Genovés (1976), bellísimo icono de la Transición, sino al que, metafóricamente, supieron darse, entre otros (lamento las posibles omisiones) Jordi Solé Tura, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Miquel Roca, Gregorio Peces Barba y una diputada por Asturias apodada «Pasionaria»…

España se unió a esa mezcolanza benigna que elaboraron, con capacidad de diálogo, de perdón y visión no visceral de futuro, hombres y mujeres de estado, que no políticos, ni «politicuchos»…

¿Dónde están esas gentes hoy? ¿Qué habría sido, visto lo visto, de aquellos años de reconstrucción si, en vez de esos nombres que suenan a gloria, hubiera habido los actuales? Cuentan que es fácil torear desde la barrera y, en similar paralelismo, arbitrar desde la butaca…

Pero lo que sí sabes es que si los citados estadistas estuvieran en activo, hoy -en vez de esos incoherentes, hipócritas, egocéntricos y viscerales políticos del presente- habrían sabido llegar, ante la pandemia, a nuevos acuerdos, obviando sus intereses partidistas y personales, ante el gran drama y futura tragedia que supone la covid-19. Pero no, no están desgraciadamente ya ahí…

Y te preguntas finalmente: ¿qué más habrá de pasar para que sus señorías adquieran un mínimo de decencia o para que vosotros les deis a todos una aleccionadora patada en el culo?