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«Despabílate amor/ Que el horror amanece»

Mario Benedetti

Los últimos acontecimientos ocurridos en Afganistán te hacen presagiar lo peor. Porque, en ocasiones, resulta fácil adivinar el futuro reflexionando sobre el pasado. Desearías errar. Pero sabes, casi a ciencia cierta, que no será, probable y desgraciadamente, así. De ahí que inevitablemente (¡ojalá pudieras soslayarlo!) recuerdes viejas (o no tanto) páginas protagonizadas por los talibanes afganos: la ejecución en un estadio deportivo de Zarmeena, lo ocurrido a Bibi Aisha, el asesinato de Sushmita Banerjee, etc… ¿Para qué seguir? Y nace la náusea… La que provocan ellos y tantos otros hechos parecidos, de apariencias distintas pero de idénticas esencias. Piensas, entonces, en los ciegos que son incapaces de ver que toda religión solo puede sustentarse en el amor; en los que proporcionaron a esos afganos el armamento con el que imponer su locura; en la dejación de funciones de tanto dirigente infumable (después de soportar a Trump no os merecíais a este Biden); en una ONU que chochea; en esa nueva forma de hacer política consistente en un «dejar pasar los días» y no hacer absolutamente nada; en esos soldados y en tantos otros que dejaron su vida para asesar la locura y cuya entrega fue en balde; en lo que se hizo durante lustros y se perdió en apenas unos días; en esas pseudo-feministas (que no las reales) de boquilla y moda al estilo «matria» cuyo silencio es, hoy, tan atronador como cobarde; en…

¿De dónde surge un talibán? Tal vez/quizás/puede ser que de…

«Estimada hermana (…) No te pongas zapatos de tacón (…) Hermana, te pido que cuando salgas a la calle no te eches perfume. ¿Una mujer musulmana puede perfumarse para salir a la calle? Está prohibido. Querida hermana: no te depiles las cejas (…) No está permitido. Querida hermana…». Y la náusea sigue cuando uno es consciente de que, fruto de un mal entendido «progresismo», tal vez, pronto, contenidos parecidos a estos se impartan en las aulas de los centros públicos españoles…

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Y la náusea sigue, sí…

¿Dónde están, aquí y ahora, las Irene Montero? ¿Dónde las pancartas? ¿Por qué las calles no aparecen movilizadas como muestra de solidaridad con la mujer afgana? ¿A qué tanta mudez? ¿Miedo? ¿Comodidad? No lo sabes. ¿Incoherencia y doble moral? ¡Seguro!

Estás hasta los mismísimos del mal uso que, a lo largo de la Historia, se ha hecho de la religión, de las religiones. Harto de las inquisiciones medievales, de las disonancias entre lo dicho y lo hecho, de tanta guerra santa, de tanto Dios vengador y vengativo, de tanto talibán en pleno siglo XXI… Y, si te apuran, hasta de ese ateo occidental que sigue pavoneándose de su machismo adscrito aún al viejo lema de «la mujer en casa y con la pata quebrada»…

Ya es hora de que se levanten no unas voces, sino las voces de todos los hombres y mujeres de bien, independientemente de su credo, ideología, status, sexo o condición. No vaya a ser que vuelvan a cumplirse aquellos demoledores versos atribuidos a Bertolt Brecht: «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio,/ ya que no era comunista,/ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/ guardé silencio,/ ya que no era socialdemócrata,/ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,/ no protesté,/ ya que no era sindicalista,/ Cuando vinieron a llevarse a los judíos,/ no protesté,/ ya que no era judío,/ Cuando vinieron a buscarme,/no había nadie más que pudiera protestar».

Pues eso...


P.S.- Dedicas modestamente este artículo a las alumnas musulmanas que, hace ya mucho –demasiado-, asistían a los centros docentes sin el hidjab, sintiéndose libres y felices, porque lo eran, y que llevaban en sus mochilas un futuro por escribir, unas profesiones por adquirir y unos sueños por realizar. Las mismas que, al cabo de un tiempo, reaparecieron cambiadas, esta vez, sí, con la hidjab y con su felicidad, su futuro, sus sueños y sus vocaciones triste e irreparablemente rotos…