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No soy aficionado a ver televisión, pero mira por dónde, mi anciana madre distrae muchos de sus ratos de ocio (tiene la movilidad muy reducida) atendiendo (al menos eso parece) la pantalla de uno de esos aparatos. Cuando la visito, suelo convertirme en espectador cuasi obligado (en su casa la costumbre mantiene la tele encendida), de programas de diversa índole entre los que abundan cotilleos y frivolidades de naturaleza algo casposa, concursos/shows más o menos descabellados y programas informativos en los que la densidad del componente ideológico de la línea editorial del canal correspondiente (monocromática) provoca que se les transparente el plumero de la manera más penosa que imaginar se pueda.

Curiosamente, de ese lodazal tan chispeante como tóxico he conseguido extraer el material idóneo para dar a luz una idea genial. Les explico.

Del cotilleo no saco mayor provecho que la gratitud que siento de permanecer ajeno a ese mundillo tan pródigo en gritos y aspavientos, pero en lo que se refiere a los concursos/shows he notado que en ellos suele haber un público entregado que aplaude disciplinadamente las gestas de los concursantes y las aportaciones (más o menos talentosas) de los conductores. Alguna vez, alguien que al parecer conocía el paño, me aseguró que a ese público tan entusiasta se le lleva en bus hasta el plató y se compensa con un bocata y un refresco su inestimable colaboración.

De los informativos destacaría su falta de objetividad, sumada a un ardiente afán de adoctrinamiento. En uno de estos espacios dedicados al proselitismo he tenido ocasión de observar una performance del Congreso de los Diputados durante una de esas sesiones de gala (la discusión de los Presupuestos) en las que aquellas señorías que permanecen escaqueadas durante la mayor parte de la legislatura se ven obligados a asistir de cuerpo presente al pesebre con objeto de aplaudir acaloradamente desde sus escaños a sus amados líderes mientras estos, en ensayada pantomima, mienten, niegan la evidencia, retuercen la realidad, obvian la hemeroteca, prometen lo que saben que no sucederá, se acusan no sin razón de decir hoy lo contrario de lo que dijeron ayer y sobreactúan en fin, intentando en vano parecer gente con principios (he notado que su falta de pudor lleva incluso al líder opositor a reprochar al líder gobernante exactamente lo mismo que ya reprochó este a aquel cuando los papeles eran los opuestos).

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Juntando estas experiencias televisivas he concebido (como les avanzaba antes) una idea que da origen a la siguiente propuesta que solicito formalmente sea tomada en consideración por las autoridades del estado de quien dependa la organización de estos asuntos:

En orden a estimular el ahorro público, toda vez que el estado -el contribuyente, sus churumbeles y sus nietos en realidad en este caso- acumula una deuda astronómica, propongo que al hemiciclo vayan a aplaudir (en sustitución de sus señorías) voluntarios que se conformen, a cambio de su cometido, con un bocata y la satisfacción de que sus vecinos los vean salir en la tele. Nadie notará la diferencia (se lo aseguro) y nos ahorraremos un dineral, entre dietas (nótese que no pocos diputados las cobran aunque vivan en pleno centro de Madrid), desplazamientos, sueldos, pagas extras, etc.

Por otra parte he sabido por una fuente de mi total confianza que hay sujetos en nuestro entorno que acuden en grupos a ver la puesta de sol y que prorrumpen en aplausos cuando el astro que nos fue dado de serie emite su último destello de la jornada. Y estos individuos ofrecen sus aplausos completamente gratis (cuando no les cuesta un riñón si practican el rito desde un local de moda). Pues bien, si alguien aplaude al sol poniente no creo que le haga ascos a ovacionar una contrarréplica ingeniosa, aunque sea falaz, de manera que estoy pensando que al final podríamos ahorrarnos incluso el bocata.

Si finalmente se llegase a implementar mi idea, cosa que ruego encarecidamente a nuestros administradores, no pediré comisión alguna, aunque aceptaría con gusto una salva de aplausos por parte del gremio contribuyente.