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Llueve. Desde la cocina divisas la calle: gentes, en general, conocidas que se obstinan en vivir, en sobrevivir, en ser felices. Algunos se dan prisa. A otros les da igual el clima. ¡Total! Dos niños se divierten chapoteando en un charco mientras que otros intentan -¡temerarios!- cruzar la calle metida a torrente… Te acompaña la radio. Y entonces, de repente, un iluminado (el chaval cuenta con 28 añitos, según propia confesión) arremete ferozmente contra las organizaciones no gubernamentales ya que, según él, perpetúan la injusta distribución de la riqueza y fomentan el clientelismo. El «tertuliano» (¡cuánta sabiduría habita en esos comentaristas! ¡Cuánta y cuán variada!) propone (¡ya puestos!) la inmediata ilegalización de tales entidades y la consecución ipso facto e ipso iure de una Tierra radicalmente igualitaria.

Al airado conversador no le falta razón. Y, curiosa y antitéticamente, carece de ella. Efectivamente, resulta repugnante que, según un prestigioso diario nacional, «solo 56 millones o el 1% de los 5.300 millones de los adultos en todo el mundo sean millonarios en términos de riqueza neta. El otro 99% tiene el resto y hay casi 3 mil millones de personas que tienen o poco o nada». Ante lo dicho es innegable que únicamente modificando superestructuras se podrá paliar definitivamente este vomitivo desajuste. Sin embargo, luego, salta la pregunta: ¿Y mientras tanto? ¿Os desentendéis de los que urgen de vuestra ayuda? Esa es el interrogante que, en esta triste mañana otoñal de sábado, le formularías al joven de la radio. Es evidente que sería maravilloso que todas las ONG desaparecieran del mapa por innecesarias. Pero esa tarea, la del honesto reparto de bienes, no es cosa de un día, ni de dos… Pensadores, filósofos, estadistas, economistas y hombres de buena fe llevan intentándolo, inútilmente, desde hace siglos. Situación que empeora a tenor de este planeta oscurecido en el que vivís hoy. ¿Realmente son los presidentes de los gobiernos quienes dirigen con la batuta? ¿O serán más bien las multinacionales y algunos poderes fácticos en la sombra? ¿Quién rige, a la postre, vuestros destinos?

Y -repites- mientras no se alcance la utopía, ¿qué? ¿Propugnáis que los Médicos sin Fronteras regresen a sus hogares, que Manos Unidas interrumpa sus ochocientos siete proyectos de desarrollo en el mundo entero, que Caritas deje de hacer viable que miles de personas puedan vivir con dignidad? ¿Se trata de eso?

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Nadie desea la caridad, sino la justicia. Nadie anhela la piedad, sino la obtención de unos derechos. Nadie sueña en la misericordia, sino en la equidad. Nadie demanda limosna, sino la percepción de un salario. Nadie aspira a la condescendencia de tantos mientras, en la Gran Vía o en cualquier otra calle del mundo, alarga una mano en petición de socorro, sino la posibilidad de acceder a una sociedad solidaria. Nadie… Lo que ocurre, no obstante, es que el hombre sigue siendo el hombre, un depredador -¡el peor!- movido por el tintineo de una caja registradora, cuando no por la fina seda de una poltrona o por ambas cosas a la vez. Un depredador al que elotro’ le suele importar un kínder. Por eso, precisamente por eso, reivindicas este martes el trabajo callado de infinidad de organizaciones que, a la espera de ese mundo perfecto, hacen más llevadero, o simplemente posible, el arte de seguir respirando… Organizaciones formadas por seres extraordinarios que han entendido que, y en palabras de Pablo d’Ors, «el amor no se piensa, se vive».

Incluso irías más allá. No tenéis que pretender únicamente el reparto justo de los bienes, sino pugnar por un futuro donde ese amor del que hablaba d’Ors sea una realidad, ya que, entre las cosas que necesitáis, existen algunas de orden inmaterial, como la estima, el respeto, la empatía, la ausencia de fanatismo, las verdad y un largo etcétera…

Llueve. Sí. Pero no solo en el exterior. Y, bajo el sonoro manto de esa lluvia te preguntas si ese audaz y joven tertuliano habrá requerido, alguna vez, de los servicios de un comedor social. Probablemente no.