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El Ministerio de Consumo está empeñado en decirnos cómo hay que criar a la prole, para 2022 anuncia la regulación de toda la publicidad relacionada con alimentos no saludables, chuches, bebidas azucaradas y helados entre otros, y ahora, como el turrón que vuelve por Navidad, regresa a la carga con la elección de los juguetes. Había convocada una huelga de barbies, peluches y figuritas de Spiderman para el domingo pasado, desconozco su seguimiento, pero lo que es seguro es que –80.000 euros mediante–, la campaña a lo Toy Story que ha ideado el departamento de Alberto Garzón ha tenido éxito, si este se mide en la repercusión generada, no sabemos si se reflejará tanto en la lista que vendrá después de peticiones a los Reyes Magos. Al final, los que eligen, si pueden, son los niños.

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Seguramente en esa elección hay una parte marcada por la biología que no podemos controlar, algo natural que distingue a machos y hembras en todas las especies. No todo son condicionamientos socioculturales. Pero al margen del revuelo sobre la ideología de la campaña, es cierto que existen todavía anuncios de juguetes que apoyan estereotipos y dirigen a niños y niñas hacia los roles que se supone deberán adoptar en su edad adulta.

Veo en un catálogo navideño de este siglo que en el apartado de juguetes ‘estilo de vida’ hay un set de limpieza, con carrito, escoba, spray quita-grasa y aspiradora incluida, mientras que en la parte dedicada a ‘desplegar tus poderes’ la cosa es más divertida, hay dinosaurios T-Rex ‘pisa y ataca’ y camiones de bomberos. Guste o no la iniciativa del Ministerio, el sesgo de género existe, y lo peor de ello es que en la infancia se asuma, por ejemplo, que los niños son menos emotivos y válidos para cuidar, y que las niñas no están dotadas para lo mecánico o científico.¿Por qué encasillar sus futuras preferencias de estudios o profesiones? Los críos piden pero la responsabilidad es de los mayores.