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«Mi parte en la herencia de la Fortuna ha sido la tinta más negra; cuando el Destino escribió mi nombre echó en su lugar un borrón.»

DUQUE DE BUCKINGHAM

Pacífico Pons era un hombre pacífico (valga la reiteración). De casta le viene al galgo -reza, al respecto, el sabio refranero español-. Aunque la frase hecha tiene algunas alternativas menos conocidas. Utilizándolas, podríamos decir que Pacífico era rabilargo o que tenía el rabo largo. De hecho, su sumisión, aguante y estoicismo los había heredado de su padre, don Modesto Rajado Pons y de doña Mística Paloma Dolores. Nada que ver, por tanto, con Armando Bulla, su amigo del alma, ese que, a pesar de su condición (la de amigo) se había pasado la vida jorobando la del pobre Pacífico…     

Pero, como de todos es bien sabido, el conformismo tiene unos límites… Y Pacífico los sobrepasó cuando los Reyes Magos, tras casi cincuenta y ocho años de no hacerle ni puñetero caso en cuanto a sus comedidas peticiones navideñas, siguieron en sus trece…

Algo que, por otra parte, no era nuevo en la existencia del personaje. Y es que nadie ligaba con Pacífico. Nadie le invitaba a las fiestas juveniles. Nadie le tenía en cuenta. Nadie le dejaba hablar. Y, para más inri, el acné juvenil fue lo único que no le abandonó en toda su patética existencia. Pero, a lo que ibas: Melchor, Gaspar y Baltasar se pasaron por el forro, imperturbablemente, sus anhelos… Y él aguantó y aguantó, hasta que, hace un lustro, se pasó a la competencia: a Papá Noel, sin mucho éxito, la verdad. Y es que, el pobre, lleva tres años pidiéndole al hombre de rojo, luengas barbas blancas y campanilla, adelgazar y Noel únicamente le ha dejado tres tristes básculas. ¡Y ahí, ahí, hay mala leche! ¿O no?

- Por lo menos la primera báscula era recatada -se consuela-. No me reñía, no me hablaba, sino que simplemente se contentaba con    esconderse, aterrada, tras las cortinas del baño cuando decidía usarla… Cuentan que murió de un síndrome depresivo mayor que le cogió un ya lejano siete de enero, tras verme, mudado en una especie de masa grasienta en plan tocinito del cielo (¿cielo?) desbordado…

- ¿Y la segunda? -le preguntaste, curioso, en cierta ocasión-.

- Era más cabrona. Cuando me pesaba me recriminaba con una frase sarcástica, irónica, que se hizo harto popular: «¡Por favor, de uno en uno!».

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- ¿Y la tercera, la de este año?

- Esa sí que es una guarra. Es una báscula/tipo Alexa que me habla cuando me peso y me suelta lindezas como estas: «¡Cerdo! Acabas de engordar doscientos gramos» O… ¿No recuerdas lo que te dijo la dietista, desgraciado?» O Pero anteayer se pasó cuatro pueblos…

- ¿Por?

- Me espetó: «¡Tú no vuelves a pesarte, hijo de p..., conmigo o te denuncio por malos tratos, cabroncete!»

- ¿Y?

- Intenté una devolución pero solo recibí por parte de «Amazón» una respuesta/carcajada. Aunque extremadamente literaria, eso sí, porque se asemejaba un tanto a un forzado pareado: «Más adelgazar/ y menos protestar»…

Pero es que lo de Pacífico Gomila con las máquinas (como en todo) no tiene desperdicio. Solicitó ayer    su saldo en un cajero y le dieron el pésame, pidió una liquidación escrita y le salió una esquela… Demandó una cita al médico y le recondujeron a un zoológico…

Cuentan que el próximo año, hastiado, se pasará probablemente las cartitas a esos mágicos seres por el arco del triunfo (¡ya saben!) y se auto regalará algo que le apetezca. Aunque, conociéndole, cuando entre en el establecimiento de turno, probablemente pasarán olímpicamente de él, sobre todo si acude al que acaba de abrir su amigo Armando Bulla -¿se acuerdan?- a quien, y a diferencia de Pacífico, sus Majestades le han traído un paraíso fiscal, una moza de muy buen ver y un saldo que, más que un homenaje, viene a ser como una especie de orgía económica… ¡En fin! ¡Y es que, al igual que las brujas, los gafes, de haberlos, haylos!