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En Élite, una serie televisiva ultra premiada y a la que, en tu modesta opinión, le sobrarían tres cuartas partes de su metraje y algunas escenas tan iteradas como innecesariamente escabrosas, se establece un interesante diálogo entre una narcotraficante cincuentona y Samuel, un muchacho llamado a ser su yerno. Es el diálogo que reproduces a continuación:

«- Narcotraficante: ¡Ay, Samuel! ¡Es que tú eres un buen chico!

- Samuel: ¡Gracias!

- Narcotraficante: No, no es un piropo. ¡A ver! ¡Dime! ¿A dónde te ha llevado eso? Vives en un cuchitril, trabajas por una miseria…

- Samuel: Entonces qué hay que hacer… ¿Ser un hijo de puta?

- Narcotraficante: Tienes que hacer lo mejor para ti y para los tuyos y si por el camino jodes a alguien, ¡mala suerte! Y si eso me convierte en una hija de puta, a mí me resulta rentable. ¿Y tú? ¡Pues tú verás! ¡Dime! ¿Qué has conseguido siendo un buen chico?»

No sé a ustedes, pero a ti esta «filosofía» de vida te resulta aterradora, y aún más al constatar que la ha asumido ya gran parte de la humanidad. Ahora bien: lo que la traficante no le dice a Samuel es que difícilmente se encuentra la felicidad auténtica en los escombros de la desgracia ajena o que una persona sin valores éticos viene a ser como un coche sin frenos, ese que acabará pegándosela, más temprano que tarde.

Y hay, ya (reiteras el adverbio), demasiados automóviles sin corsé por vuestras carreteras, moldeando y asentando una sociedad que a usted -y a tantos- le incomoda: la de la banca que margina al viejo por no ser económicamente rentable; la de la corrupción más o menos generalizada; la de la riqueza sustentada en la desesperación de las mayorías; la de la banalidad; la de los influencers; bloggers, chats, followers y hashtags; la de esa niñata/ese niñato guapetona /guapetón que, mientras influye, desconoce, a lo mejor, la diferencia entre país y continente; la de tanto esclavo inmigrante y mal pagado que hace de cortafuegos en los servicios telefónicos de atención al cliente de cualquier compañía; la de la falta de educación y la de la grosería; la de…

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- La lista -te dices- sería interminable…

Por eso usted y tantos está/están irritado/s permanentemente…

Y también por eso, quizás, sea llegada la hora de darle la razón a Edmundo Burke Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada») y ponerse las pilas para decirle al mundo que, ¡ojo!, no debe confundir bondad con ñoñería, estupidez, sumisión, debilidad o cobardía. Y pasar a la acción, como hiciera una extraordinaria Maribel Verdú en la didáctica película de Santiago Segura de 2018 Sin rodeos… A saber: desde la integridad moral conservada, comenzar a mostrar, sin embargo, un poquito los dientes…   

¿Cómo? –te preguntará, tal vez, un lector-.

Pues –le contestas- con pequeñas cosas que, al sumarse, se muden en algo importante y «descolocador» (¡perdonen el neologismo!) para tanto cabroncete suelto. Pues… Pues aprendiendo a decir que No sin adobarlo con excusas; retirando su pensión y sus recibos domiciliados de esa entidad bancaria que le desatiende por anciano y monetariamente irrelevante; perdiendo el miedo a expresar lo que piensa; mandando al carajo a las personas tóxicas que le rodean; valorándose un poco más; bloqueando grupos de whatsapp pesadísimos o transmisores de actitudes que incitan al odio; no confundiendo la amistad con el servilismo; dejando de comprar en ese establecimiento en el que no fue bien atendido; eliminando algunos contactos; no acudiendo a cenas en las que no existan comensales, sino meros telefonistas pegados sine remissio a sus móviles; no permitiendo en su presencia críticas a terceros (ausentes) porque usted acabará por estarlo, etc.

Existen -créame- miles de acciones posibles…

¿Se apunta? ¿Se apuntan? Así, de paso, le damos una patada en el culo a la narcotraficante y una palmadita de ánimo en el hombro a Samuel para que persevere en eso de ser un buenazo… Para que eso de ser un tío legal    sí sea un piropo…

O eso o dejarse atropellar por un coche sin frenos…