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«Los charlatanes son los hombres más discretos: hablan y hablan y no dicen nada»

Alfred d’Houdetot

Si usted, un día de estos, escucha –o lee- algo parecido a lo que sigue, ¡no se preocupe! A saber: «Estamos trabajando seriamente para conquistar, para alcanzar las metas que se nos han propuesto/nos hemos propuesto y, que por otra parte, tenemos muy asumidas y que irán en beneficio no solo de nuestros electores, sino del pueblo en general, ya que nuestra vocación nunca ha sido sectaria, sino una vocación de servicio a la sociedad en la que vivimos y por la que arduamente trabajamos, abriendo, para ello, varios frentes y analizando, después, y con enorme meticulosidad, cuál de esos frentes ha de priorizarse por encima del resto, para satisfacer las necesidades más perentorias del mundo exterior e interior al que, con enorme ahínco, servimos».

¡No se inquiete! -repites-. ¡No, no acuda a una farmacia, ni a su médico de cabecera, ni vaya en pos de un psicólogo, ni presente queja alguna al maestro/a la maestra/al/la maestre que le enseñó, pretendidamente, a leer! No ha padecido un ictus ni debe cuestionarse su salud mental. Lo reproducido es una muestra (habría infinidad de ellas igualmente válidas) de ese arte peculiar,  estética y éticamente nulo, de hablar mucho para no decir absolutamente nada. Aunque no tenga ni pajolera idea de lo que le han sermoneado, no se asuste. Seguro que permanecen intactas sus neuronas, que su comprensión lectora/oral sigue siendo la adecuada y que no precisa de un «tranquimazín».

Hay muchos expertos en ese arte, pero destacan los políticos, esos cuyas peroratas son más difíciles de comprender que «El péndulo de Foucault» de Eco  o el «Ulises» de Joyce.

- ¿Cómo dice? -preguntas-.

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- ¿Qué se siente más tranquilo? -insistes-.

- Me alegro - añades-.

Y es que, buen amigo, se avecina un nuevo año electoral y lecturas/proclamas como estas nos aguardarán/os aguardan en cada recodo del camino. Las falacias, las promesas, la compra encubierta de votos y un largo etcétera… ¡Qué bonito, en este sentido, por ejemplo, donar ‘indiscriminadamente’ cuatrocientos euros para fines culturales a todo aquel que cumpla dieciocho años y pueda votar ya, con estómago harto agradecido, mientras hay gente que no tiene de qué comer o con qué pagar el recibo de la luz o sin estar en posesión de una vivienda digna o…! ¡Que se lo pregunten si no a la FAO o a su demoledor informe de ayer (léase domingo 16) sobre el hambre en el mundo y las perspectivas que se abren al respecto de cara a un futuro inmediato!

Por lo tanto, tal vez tendríais/tendríamos que exigirles, en la próxima campaña electoral, a los aspirantes a algún cargo, que hicieran, llanamente, lo que se le exige, sin ir más lejos,    a cualquier profesor: Temario (¿Qué pienso hacer?) Y que los políticos lo expliciten con palabras claras y concisas. A lo que tendría que añadirse: temporalización (¿cuándo lo haré?); metodología (¿cómo lo haré?);    recursos (¿con qué cuento para hacerlo?); revisión periódica de lo prometido y adopción de medidas correctoras.

Y, a ser posible, que en esa exposición a la que los ciudadanos/votantes tienen derecho, no hubiera insultos, sino argumentos y contra argumentaciones. ¡Porque toca de una puñetera vez! Porque lo que cuenta es lo que se afirmaba, ya, brillantemente, allá por los años 40, en una de las míticas películas sobre Sherlock Holmes protagonizadas por Basil Rathbone: «Los viejos tiempos de la codicia pasarán a la historia. Y comenzaremos a pensar más en lo que debemos a los demás y no en lo que nos fuerzan a darles».

Y si el susodicho futuro diputado o conseller o lo que pretenda ser la espicha en sus propósitos, que tenga la decencia de hacer mutis por el foro, como saben hacer los malos actores o los cantantes de ópera tras un desaguisado.

Pero que no se mantenga sobre el escenario pronunciando enfáticamente textos como el que abría este artículo. Quizás sea esa la única manera de obtener un tímido aplauso o un recuerdo no del todo malo…