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«Las personas que desempeñan cargos públicos deberían volver luego, forzosamente, a sus negocios y vivir bajo las leyes que aprobaron». (Mike Curb)

29 de mayo de 2004. Una  mujer declara públicamente que «estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie» La frase tiene su gracia -piensan algunos-. De hecho, estáis acostumbrados ya a las inteligentísimas manifestaciones de la oradora/ministra. Obviarás su nombre, por aquello tan manido de que se menta el pecado, pero no al pecador. Uno de los presentes siente vergüenza ajena. Quizás alguien tendría que haberle dicho entonces a la famosa autora que ese capital pertenecía, por ejemplo, al tendero de la esquina, a la dependienta de unos almacenes, al obrero de la mina, a la taquillera del supermercado, al librero, al peón del andamio,  a la madre en ciernes, al anciano del 4º A y a infinidad de seres humanos sencillos y honrados, que levantan y sostienen -como defendería don Miguel de Unamuno en su concepto de «intrahistoria»- el país, de forma callada y jamás suficientemente agradecida.       

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Esa visión de que el dinero público no es de nadie, sin embargo -¡falacia donde las haya!-, ha calado hondo en las mentes de muchísimos políticos, de cualquier signo, en el ejercicio de su labor. Especialmente cuando esa labor se enfatiza en tiempo de papeletas y urnas. ¡Resulta tan fácil juguetear con los recursos de otros y tan difícil con los propios! Si tuvieran las clases dirigentes igual diligencia con el erario público a la que muestran con respecto a sus bolsillos –y en frase popular- otro gallo os cantaría... Cuando se hace, se medio hace, se hace mal, se rehace, se destruye, se reedifica, se modifica, se amplía, se reduce, se improvisa, se quita, se pone, se pospone, se vuelve a quitar y poner con fondos ajenos, ¡es tan sencillo todo! Especialmente cuando el error generalmente no se repara, ni se sanciona al culpable y os crecen los «pilatos» por doquier... Y así os va...

Un ejemplo antiguo es paradigmático… El conocido como Hospital Militar de Mahón se cerró estando en buenas condiciones. La ciudad podría haber contado, pues, de manera inmediata, con un magnífico geriátrico. Los internos habrían disfrutado de unas instalaciones adecuadas, de unos cuidados jardines y los que no tuvieran problemas de movilidad tendrían la Explanada (que esa es otra) a tiro de piedra... Y, sin embargo, se clausuró y dejó caer, mudándose en verdadera vergüenza y prueba inequívoca de una mala o nula gestión. ¿No fueron capaces las diversas administraciones de ponerse, en esa época, de acuerdo al respecto? ¿Tan ineficaces fueron? Luego tocó -en época electoral- sesión de maquillaje y unas inabarcables y costosísimas fotografías intentaron, temporalmente, ocultar lo que podríamos denominar como el muro de la mala gobernanza... Y es que, para muchos, efectivamente, el dinero público que se administra no es de nadie... Pues eso... ¡Ya está! Las muestras serían incontables: la carretera general, calderas de biomasa, la enésima remodelación de la Explanada (¿no sería suficiente con un poco más de luminosidad y mayor vigilancia e invertir lo que costará esa nueva reforma en acciones de tipo social?), Sala Augusta, la Residencia Virgen de Monte Toro, Canal Salat, etc. A la postre -crees- la mejor ciudad no es la que cuenta con los mejores jardines, sino aquella en la que sus habitantes tienen cubiertas sus necesidades imprescindibles, aquella que muestra especial querencia    por los menos favorecidos...

Sería saludable, de verdad, que, a partir de la fecha, los «genios» que improvisan con lo que no es suyo, sino con lo que tienen el sagrado deber de administrar con enorme escrupulosidad, con mayor seriedad a como administran el sustento propio, dieran pruebas de rigor, de profesionalidad, de cautela o, cuando menos, de sentido común. Aunque es bien sabido que el sentido común es el menos común de los sentidos. Y más aún en las cabecitas de muchos que, sin preparación ni vocación, os gobiernan, experimentando no con lo propio, pero sí con lo vuestro...