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Los reyes magos tiran caramelos a la chiquillería. Esta vez, dada la cercanía electoral, los reparten los políticos y vienen en forma de vales. Recogerán el premio (como sucede en las cabalgatas navideñas) los más rápidos, o en este caso quizás los más arrimados a la pomada; con seguridad los más espabilados.

Ya se comprobó el efecto de estas «caridades institucionales» en las ayudas energéticas ofrecidas a familias numerosa sin discriminación por rango de renta. En esa ocasión se beneficiaron varios personajes en la comunidad de Madrid, creándose situaciones bochornosas para algunos de los agraciados (políticos a quienes el dinero -que solemos pagar nosotros- les sale por las orejas). Escenas de un patetismo equiparable solamente al que emana de la pietá de Miguel Ángel se vivieron en las penosas explicaciones de los «pillones» rojos y azules (en estos menesteres se hacen también la competencia).

En Menorca (Baleares en general) nuestros amados y generosos (con pasta ajena) líderes reparten también caramelos. El sistema es como sigue: pongamos como ejemplo de cercanía a una señora sexagenaria residente en Andrea Doria, a quien cuesta llegar a fin de mes. Bien. Se extrae del monedero de esta buena mujer una pasta en forma de impuestos, directos e indirectos (no olvidemos que ha pagado el IVA de su barra de pan, además del IBI, IRPF etc), para depositarlo en forma de vale en la quizás bien abastecida cartera de un apuesto joven residente en Cala Llonga. Este chaval sabe bien cómo hacer funcionar su conexión a Internet para apuntarse on line a la movidita de los vales. La señora de Andrea Doria ni se ha enterado de que tal posibilidad existe, ni (en caso de que se hubiera enterado) sabe cómo apuntarse, ni (en caso de que supiera apuntarse) será lo suficientemente rápida (los caramelos se habían agotado a los pocos minutos de que la fauna más avisada o espabilada se hiciera con ellos) como para pillar ni la más triste migaja del pastel.

Qué magnífico instrumento de compra de votos disfrazado de buen rollito aquel que regala a todo el censo electoral (sin restringirlo a colectivos vulnerables) el dinero del contribuyente, censo del que se espera oír cantar a coro «Qué buenos son los padres jesuitas, qué buenos son que nos llevan de excursión».

Sacan de tu bolsillo la pasta, luego te devuelven (solo si eres rápido de reflejos) una porción simbólica y tú agitas la colita agradecido por la estafa. Enternecedor.

Quienes piensan que la medida es para proteger el comercio local, que se lean las explicaciones de Susana Mora al respecto.

Quienes crean que es para ayudar con la inflación a los desfavorecidos, que se pregunten si no es contraproducente no limitar los vales a las rentas más bajas.

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Quienes piensen que el dinero así esparcido sale de los árboles (y no de sus propios bolsillos y de la inconmensurable deuda pública -que viene a ser lo mismo-) que lean sobre botánica.

La inquietante pregunta surge: ¿qué es más cierto, que los amados líderes «creen» que somos subnormales o que «saben» -a estas alturas- que somos subnormales?

La respuesta la conoceremos tras el recuento electoral.

Quizás si los pretendientes al trono se presentaran a título personal (no colocados por un partido) nuestro voto tendría sentido: los electos deberían rendir cuentas ante quienes les votaron, no ante el amado líder que les instaló en la encomienda con el mismo gesto con que les puede defenestrar.

Llámenme descreído, pero lo que está pasando últimamente parece de locos (o de bobos).

Circula un anuncio institucional (también costeado por nosotros) que tras exponer algunos casos entrañables de personas agraciadas por el estado, informan al contribuyente de que eso no es magia. Son tus impuestos, subrayan. Mola el anuncio. Si me lo hubieran encargado a mí, hubiera sin duda añadido a la idílica lista de beneficiados por la solidaridad un clip de parlamentarios disfrutando en restaurantes y burdeles. ¿Magia? (preguntaría): No. son tus impuestos, tontolaba.

Quizás haya un denominador común en estas actuaciones: paga la cama quien recibe por saco. Aleluya.