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Bastaría en principio con no ser fanático, sectario, cretino o un adoctrinado «intenso» para aceptar que la realidad suele ser compleja. Presenta aristas. Aquello que favorece a unos, perjudica a otros. Lo que de lejos parece diáfano, contiene al microscopio recovecos nebulosos. Las verdades absolutas, en definitiva, se suelen poder contar con los dedos de una oreja.

Los políticos tienden a obviar las complejidades. No creo que sea por cretinismo. La razón debe ser otra. Una hipótesis nada desdeñable es que cuenten con la tan  oportuna como inestimable candidez y la vaguería intelectual del receptor del mensaje. No lo descarto.

Yolanda Diaz (sin ir más lejos) señala en uno de esos mítines que tanta vergüenza ajena producen en aquellos que tienen la paciencia de desmenuzar la vacuidad de sus periódicas crisis de euforia en forma de cartas a los reyes magos redactadas para seducir almas entregadas y entonadas en clave de guardería infantil: «Queremos trabajar menos para vivir mejor».

Al margen de que ella ya ha conseguido personalmente esa calidad de vida tan grata a nuestros sentidos, me pregunto si considera que su predisposición a reducir la jornada laboral, así, por las bravas, sin tocar el salario, puede tener efectos colaterales no tan maravillosos en otros colectivos, los creadores de empleo por ejemplo. Efectos que quizás ella no imagina pues no pienso que haya pagado en su vida una sola nómina y no imagine por tanto que para una mayoría de pagadores de nóminas, pequeños empresarios por ejemplo, la bajada de productividad que supondría la popular medida les arrastraría a la ruina (no todo es Amazon), obligándolos a cerrar la persiana (y dejar de pagar los impuestos de los que tan bien vive Yoli).

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No sólo el autónomo se queda sin trabajo (no vivirá pues mejor) sino sus empleados caerán con él (tampoco vivirán mejor, ups). Es posible que Yolanda solucione este pequeño inconveniente ampliando la inflación desordenada del empleo a cargo del estado. Cojonudo. Eso hará crecer la deuda. Europa acabará tarde o temprano por dejar de avalar una deuda tan desmadrada. Subirá la prima de riesgo (¡Cómo me evoca a Rajoy y a su mesa camilla!… al final produce cierta ternura su recuerdo). El peso del pago de intereses de la tan exponencialmente trepadora deuda hará imposible mantener las pensiones a menos que suban drásticamente los impuestos a los escasos -y empobrecidos-  trabajadores que vayan quedando (y ni con esas). Estupendo. Que nuestros nietos se coman el marrón.

Y luego, ya si eso, este problemita lo afrontará el próximo que llegue. Y si entre los próximos está Yolanda (que lo estará, mucho me temo) propinará otra patada al balón hacia adelante. En nuevos mítines para niños pequeños echará la culpa al empedrado (la inflación la crea Roig, nada tiene que ver la inyección de dinero en el sistema ni los bailes de tipos, ni los regalos indiscriminados de los gobiernos para comprar votos, ni los temas económicos asociados a la fuga del gas argelino tras la sospechosa genuflexión a Marruecos, etc) y a otra cosa mariposa.

Esta criatura naïf llega a asegurar, ya casi despeinada, mientras es ovacionada a rabiar por esa masa de gente que espera de los políticos paternalistas (y populistas) que le solucionen la vida sin que ellos deban hacer esfuerzo alguno (excepto votarles), que «este país quiere un cambio». Pero, alma de dios, si tú eres vicepresidenta. Eso del cambio lo pide la oposición, criatura.

Quizás se pueda ser más inane, pero permítanme que lo dude.

Mi pronóstico es pesimista. Un país en el que las noticias más comentadas son la maternidad de una curtida famosa y la inexistente raya de coca en una escena doméstica quizás construida y publicada con efectos propagandísticos (pareja feliz tan sencilla y campechana en la intimidad como el emérito en público) por dos trepas espabilados que se han burlado de sus votantes y creado para el resto de inocentes paisanos marrones y entuertos difíciles de deshacer en años, es como para temerse lo peor. Y yo (sean indulgentes conmigo, amables lectores) soy de los que se lo temen.