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Perdonen que inicie este artículo con una grosería: «Xerrar és puto» ¿O no? ¿Cuántas desgracias os han caído encima por haber utilizado en demasía «la sin hueso» (entiéndase «lengua») y de las que os habríais librado de estar calladitos? Y es que en «boca cerrada no entran moscas». ¡Bendito refranero! Incluso, en ocasiones, no entran moscas, sino auténticos dinosaurios. Pero no, seguís parloteando y metiendo la pata por culpa de esa locuacidad irrefrenable. Obráis así por narcisismo o por cobardía o por una mal entendida buena educación o por hipocresía o por... En esa tesitura soléis usar frases hechas que, tarde o temprano, os van a causar indudables molestias. «Si gusta…» –le espetáis a un conocido, instantes antes de engullir un suculento solomillo, en la esperanza de que el aludido, cortés, diga que no-. Y os alarmáis cuando observáis como el susodicho comienza a babear… En ese momento, en vuestro fuero interno, emerge un pensamiento perturbador: «¿No será capaz de aceptar?» Y es que o las cosas se dicen con sinceridad o mejor no decirlas. En este asunto encontraríais muchísimas joyas más: «Lo siento mucho. Si puedo ayudarte en algo, no tienes más que decírmelo. No importa la hora» o «si necesitas dinero, basta con pedírmelo» o… Tras proferir tales ofertas, inmediatamente después, os asustáis y comenzáis a sudar la gota gorda… «¿Y si se lo toma en serio? ¿Y si me pide tres mil euracos?» –os inquietáis-. Acto seguido,    cerráis ese soliloquio con auto recriminaciones tales como: «¡Serás imbécil!» «¿Quién te mandaba a ti?», etc… Y concluís mudándoos, de pronto, en acérrimos católicos, al acordaros de Santa Bárbara para que ésta haga que vuestro interlocutor no os tome la palabra. ¡Uf!

Y es que el hombre (no todos) ejerce la caridad, casi siempre, desde la hipocresía y no desde la estima y el amor debidos… ¿No sería mejor, pues, callar?

Hay infinidad de casos parecidos. Una interrogante resulta, sin embargo, altamente peligrosa. La que más. Es esta: «¿Qué puede pasar?» Una preguntita que ha sido origen de infinidad de buenas comedias y famosas road movies. Pero lo que en el cine tiene gracia, en la vida real, no. Y si no que se lo pregunten a tu amigo Juanito que, por razones obvias, no se llama Juanito. Casado y hombre aparentemente intachable, se encontraba en Bilbao (que tampoco era Bilbao) para asistir, junto a unos amigotes, a un congreso. Tres de sus «compadres» –«que havien tocat vidre»- le propusieron que se insinuara a una mujer de muy buen ver (¡perdonen el micro-machismo!) que se hallaba acodada en la barra de una discoteca. Y fue entonces cuando pronunciaron la letal imprecación: «Anima’t, Joanet! Què pot passar?».

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Y pasó: un control de alcoholemia, conducción temeraria en estado de embriaguez, unos insultos impensables a la Benemérita, una noche en el calabozo… «Què pot passar, Joanet?» Pues ahí lo tienen: los cuatro encerraditos junto a la parienta acodada… «¿Qué puede pasar, Juanito?» –le habían dicho los muy mamones-. Y, por ende, un regreso tardío al hotel con sorpresa final: la esposa aguardándole en la habitación… «Cabronet! I jo que t’enyorava, Joanet!».

Repito: Esa, esa frase hecha ni mentarla… ¡Jamás de los jamases!

Pues eso: que somos/sois unos hipócritas, que vivís del cuento, disfrazados de bondad, actores de una comedia que –creéis- tendrá inevitablemente un happy end, como si la vida fuera una obra del maestro Billy Wilder… Tal vez sea hora, por tanto, de apostar por el no, por la honestidad o, cuando menos, por el mutismo… En conocida frase de Aristóteles: «Soy dueño de mis silencios y esclavo de mis palabras».

P.S.- Has obviado a los políticos exprofeso, porque esos no tienen cura. Si un político te pregunta «Si gustas» y tú le respondes que «sí», no se inmutará. Se contentará con mirarte con cara de pena, negarte el manjar ofrecido y soltarte una perorata hueca para justificar su insolidaridad… A no ser que estéis, ¡claro!, en época electoral…