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No creo que ningún partido político esté dispuesto a comprar esta propuesta electoral. Si hay antitaurinos deberían surgir los antifútbol.  Cada vez veo más sentido a prohibir el fúbol o al menos aplicar suficientes medidas para que vuelva a ser un deporte y se ejerza con una mínima dignidad.

La economía y la corrupción que forman parte esencial de las competiciones futbolísticas ya ofrecen argumentos suficientes como para apartarse del espectáculo, vaciar los campos y apagar el televisor.

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Pero lo más preocupante es que el fútbol fomenta la violencia y no ayuda a la educación. Basta ir a un partido de fútbol menor y ver cómo algunos padres, fuera del campo respetables ciudadanos, se transforman y son capaces de insultar a los jugadores rivales o al árbitro y en algunas circunstancias saltar al campo y participar en una agresión. Algunos incluso consideran que este ambiente forma parte del carácter competitivo de los partidos y que sus hijos no se calzan las botas de tacos para jugar al ajedrez, sino para aspirar a ser alguien dando patadas y utilizando la cabeza especialmente para rematar a portería.

Las rivalidades se alimentan de los incidentes en los partidos y así se fomenta que los aficionados se conviertan en hooligans. Educamos para ello. Y en algunos casos, se deja solo en el campo a uno que viste de negro, árbitros demasiado jóvenes, con poca experiencia y falta de autoridad, que tienen la misión de impartir justicia y acaban formando parte de un conflicto.

Como esta idea radical no tiene recorrido, al menos podría considerarse la adopción de medidas efectivas para evitar que siga la degradación de este deporte. Lo que no tiene mucho sentido es que después de un partido de juveniles en que el árbitro denuncia una agresión y en que el público local invade el campo para atizar a los visitantes, lo único que importa al final es quién tiene razón y la publicidad del acta del árbitro, sin que nadie se haya arrepentido de nada.