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Queridos votantes de derechas, izquierdas, centros y suburbios ideológicos, os saludo cordialmente y os felicito desde el optimismo que nos produce anticipar que según todos los indicios, gane quien gane, las cosas van a ir mucho mejor (quizás incluso para nosotros) en cuanto tomen posesión de sus cargos los nuevos (o vetustos) encargados del cotarro.

Mientras escribo estas líneas desde mi figón del puerto escucho a un comercial de vinos explicar a Carol (ella se encarga de la bodega) las propiedades de un rosado que deberíamos incorporar a nuestra carta: elegancia, poca acidez, toque floral, activador de papilas, evocaciones melocotoneras y otras virtudes que no he tenido la agilidad de anotar (¡lastima!) mientras hablaban, pero que me han fascinado. El mundo de lo por llegar es así: bonito a rabiar.

Recuerdo que en Jaipur o Hanoi los peatones dan por sentado que los conductores no respetarán el paso de cebra. Es la costumbre. Nadie se escandaliza. Simplemente cruzan con extremo cuidado, como si no existiera señal alguna. En España el votante da por sentado que el político no respetará las promesas (ni la verdad) y vota por tanto con las tripas. Loado sea el señor: son costumbrismos.

Mucha gente tiene la exótica creencia de que en los partidos los candidatos procuran solucionar los problemas del pueblo que les ha de votar primero y mantener después.

Con su permiso, amable lector, voy a señalar aleatoriamente alguno de nuestros problemas más evidentes (aunque no necesariamente los más graves):

Lo de la cita previa, siendo un coñazo insoportable, nos ha quedado en herencia tras la pandemia. Nació con la excusa (razonable) del covid. Ya no hay virus, pero continúa la cita previa.

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No estoy demasiado atento a los encantamientos electorales pero me temo que nadie esté prometiendo volver a la situación anterior; esto es, a renovar el DNI o el pasaporte acudiendo sin más a la comisaría, o poder ir a preguntar por tu situación contractual con la Seguridad Social personándote en sus dependencias para ser atendido presencialmente tras una razonable espera de turno. Hablo de, en general, no necesitar hacer on line lo que bien se puede hacer frente a un amable ser humano que cobra un sueldo (no siempre con la equidad deseable) para solucionar tus problemillas.

Otro engorro (y éste es gordo) que padecemos es el despilfarro, el descomunal gasto innecesario que perpetra la administración (recordemos que la pasta no va sólo a los hospitales y los colegios, hay también mucha magia perfectamente prescindible). Tampoco en este caso veo que ningún candidato haga énfasis en abaratar los costes en chorradas, propaganda, cargos de libre designación, asesores, extrañas subvenciones... Se ve que este tipo de revisiones de los presupuestos no tocan aún. Vale, esperaremos a una próxima vida para que nuestros impuestos no se esparzan graciosamente entre tipos sin duda más espabilados que nosotros.

El problema de la vivienda tampoco es moco de pavo pero las soluciones que se proponen son en muchos casos mentiras manifiestas (puesta a disposición de decenas de miles de casas del banco malo, que en realidad están okupadas o en ruina) y en otros casos fórmulas que ya se han probado con anterioridad en otros países y han obrado el efecto contrario al deseado. Es un tema serio que necesita de una equilibrada conjunción de pragmatismo e ideología más difícil de implementar que de proclamar entre gritos, aplausos y sofismas en un mitin electoral.

En el esprint final de las promesas a gogó recuerdo lo que se decía en mi adolescencia: «Prometer y prometer hasta meter». Una vez que se ha metido (el voto en la urna en esta ocasión), las cosas comienzan a tener aristas, matices, o «dije diegos».

Es evidente que entre los candidatos hay gente valiosa pero, lo quieran o no, se arropan en siglas que no han dejado de trapichear y hacer pirulas.

De cualquier modo no me hagan demasiado caso, soy autónomo y eso me coloca automáticamente en la casilla de los pagafantas o pringados, de manera que insistan en defender y votar a los ‘suyos’. Los ‘otros’ son sin duda mucho peores.