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Una empresa con dos socios que no se soportan tiene poco futuro. Los partidos que forman un Gobierno afectado por el mismo mal están condenados a perder las elecciones. De momento, las locales y autonómicas. El problema de cara a las generales del 23 de julio es que la izquierda sigue transmitiendo el mismo mensaje. En el PSOE y a la izquierda de los socialistas las noticias de las desaveniencias le hacen facil la campaña a Feijóo.

Pedro Sánchez solo puede seguir siendo presidente si Sumar aglutina todo el voto de la izquierda más allá del PSOE. El pacto para la integración de Podemos está cosido con hilo fino. Es un sí pero no es no. Podemos se hunde como Ciudadanos, pero quiere hacerlo con sus capitanas en el timón. La bandera es lo último que desaparece en un naufragio e Irene Montero no quiere saltar por la borda, pese a que ella inundó la barca. La jugada de póquer de Sánchez consiste en que si no consigue gobernar al menos se carga al socio que le ha hecho la vida imposible y consigue una socia más fiable, como Yolanda Díaz.

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El PP quiere gobernar sin Vox donde sea posible. En Balears, por ejemplo. Prohens y Campos parece que se pelean, pero forma parte del relato. La primera sabe que necesitará de Vox, aunque puede que eso pase después de la investidura y no antes y quizás con Jorge Campos de diputado en Madrid, como Armengol. Sin Campos el pacto es más fácil.

En Menorca no se han puesto de acuerdo para una candidatura unitaria de izquierdas al Senado. El PSOE no ha cedido, pese a la instrucción vertical de que debía facilitar el acuerdo para contar con un senador más en los bancos de la izquierda. El tiro de Més de proponer a Joana Barceló de candidata, a través de la televisión pública, salió por la culata. Ya sabemos que los socios de un gobierno de izquierdas mantienen las formas pero no son amigos sino adversarios cuando defienden los intereses propios de cada partido. Y eso pasa siempre. Por eso los pactos de gobierno se escriben con nombres y apellidos.