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Llevo unas semanas tonteando con la Inteligencia Artificial, tirándole los trastos sutilmente para intentar conquistarla, o conquistarle, o conquistarlo, o conquistarlu, o conquistarli (todavía nos estamos conociendo) para conseguir que me haga alguna de las espectaculares cosas que dicen que hará. Llevo unos meses comiendo más de lo que entreno, y me encantaría que la AI, como la llaman, se encargue de solucionármelo antes del miércoles, que he quedado para ir a la playa y tengo que lucir tipín. Funciona así, ¿no?

Desde hace ya muchos meses, la Inteligencia Artificial ha desembarcado en nuestras vidas con mayor o menor presencia, porque hay gente que ni lo ha notado. Si lo primero que te viene a la mente cuando se habla de este tema es un puñado de robots encabronados rebelándose contra los humanos hartos de que los traten como seres de hojalata sin alma ni sentimientos, calma, todavía queda para que eso pase. Primero nos tenemos que conocer, se tienen que ganar nuestra confianza y luego, ya se verá de qué horrorosa forma nos asesinan. No adelantemos acontecimientos ni hagamos spoilers que la humanidad se prevé larga.

Lo segundo que le he pedido es que encuentre la forma de que yo no tenga tanto sueño. No le doy ninguna directriz, estoy abierto a propuestas, pero hasta el momento sigo tapado de trabajo y con el mismo sueño. Me ha dicho que me vaya a dormir más pronto, y no le falta razón, pero no me soluciona nada.

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Para los no iniciados, la más básica de las herramientas de Inteligencia Artificial es una especie de chat o conversación en la que tú le vas pidiendo cosas y eso te va contestando con mayor o menor acierto. No sirve para discutir porque lo único que te aporta son datos, no opiniones, así que si algo de lo que te dice no te gusta, te fastidias porque probablemente te está diciendo entre líneas que no tienes razón, o que te falta.

Mientras descubro cómo funciona todo esto, he tomado una medida por precaución. Todas las cosas que le pido a la AI lo hago con educación, añadiendo «por favor» y «gracias», y pidiéndoselas con mucho respeto. No es que me haya vuelto taramba, lo hago por educación y pensando que nunca sabes qué máquina se revelará y te someterá como especie a la más cruel de las torturas o de las extinciones. Por ello, más vale prevenir que curar, y a lo mejor, cuando llegue el apocalipsis, lo mismo haber sido educado y simpático me ayuda en algo.

Y no hace falta esperar a una revolución de la inteligencia artificial para ser educado, lo podemos practicar con las personas que nos rodean. Puede que no evitemos un apocalipsis tecnológico, pero mientras llega estaremos de mejor humor solo con un «por favor», «gracias», «de nada».

dgelabertpetrus@gmail.com