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Goya pintó entre 1819 y 1823 «A garrotazos», una obra que, conocida popularmente como «Caín y Abel», reflejaba la incapacidad de los españoles por entenderse… Algunos, cegatos, únicamente deslumbraron una reyerta entre dos pobres hombres pobres matándose por mor de una incultura que temes atávica… Un buen hombre (¡vuelven las repeticiones!) exiliado, siglos después, escribió: «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Te refieres a un sevillano cuyo nombre era Antonio y al que le fue negado «otro milagro de primavera»…

Estás muy harto de las dos Españas, harto de garrotazos verbales que, no por verbales, duelen menos que los físicos, porque los primeros, más que los segundos, sobreviven y perduran en el tiempo como una úlcera mal curada… A un niño se le amamanta con leche. En ocasiones, con ira…

No os ha sido dado el don de entenderos, no. Se conjetura sobre la gobernabilidad de este país y se aportan    tres hipótesis. Creéis tan poco en vuestra clase política que nadie –que tú sepas– ha esgrimido una cuarta vía: un pacto de los dos grandes partidos en las cosas que realmente son acuciantes para usted. A usted que… ¿Qué hay de los que duermen en la calle? ¿De los abuelos que acogen a sus hijos en paro y recogen a sus nietos    cuando esos hijos mendigan un empleo    mal pagado? ¿Qué hay de…? Pero para llegar a esa utopía que    se adivina inalcanzable –no quiero morirme sin verla– , resultaría imprescindible sacar de la ecuación el «ego» de tantos miserables    a los    que usted les importa un carajo…

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¡Ojalá la política nacional fuera igual a la local! Estabais en Sant Francesc. Se presentaba la revista de «Es Diari». Anidaban en ese claustro, que aseda, personas de diversas ideologías, algunas antagónicas, y, de pronto, el milagro: os entendisteis todos. El respeto, la ausencia de visceralidad, la bondad pululó por ese museo que habría de acoger, como muestras de un tiempo que se os escurre de entre las manos, las palabras de Héctor, el alcalde, que fue verdadera invitación a la concordia y, al serlo, de pronto, fue tu alcalde; las palabras valientes de Josep Pons Fraga reivindicando el origen religioso de unas fiestas, esas que, para vivirlas, no requieren de    creencia, sino tan solo de bonhomía; la intervención de Josep Bagur, explicando la gestación de ese milagro, de esa revista y la intervención repleta de humor y talento del obispo Gerard Villalonga, una persona excepcional…

Y, de repente, un fabiol. Puede que fuera eso. O porque, en el fondo de los que allí estabais, existía una mágica    predisposición a entenderos. Un ferviente deseo de iluminar el cuadro goyesco de «A Garrotazos» con la vívida luz de la reconciliación… En esa noche todos fuisteis uno…

Y si te lo permiten, te diriges ahora a esos vecinos que «soportarán» la feria en J. A. Clavé… Piensen, tal vez, en esa anciana solitaria cuyo mundo se reduce a puertas cerradas que solo cobijan soledad… En esa mujer solitaria que, de pronto, oirá música y la sonrisa de un niño, o las promesas de unos enamorados. Y hará un esfuerzo y abrirá su ventana y la vida, juguetona,    entrará en su domicilio. ¡Uep! Y se quedará ahí,    agarrada a ella, a esa ventana, para rehuir la temida noche, viendo como un matrimonio se toma un perrito caliente o como un solitario dispara en una atracción para conseguir ese oso que no tendrá a quien regalar…

¡Ojalá el espíritu de    esa presentación de esa revista llegue a los confines de quien, sea quien sea (qui lo sa!), mal gobierna el mundo! ¡Y ojalá ese vecino crítico con el ruido ferial se percate de que, en el piso de abajo, existe una mujer anciana rediviva! Y, obviando esos ruidos, se aproxime a ella y la invite a acercarse a la feria, a pesar de sus problemas de movilidad… Puede, incluso, que ese solitario del rifle, le regale un oso… En ocasiones, más allá de sus sones, las ferias rescatan de soledades… E, incluso, salvan vidas… Esa anciana, de regreso a casa, abrazada a un peluche y con    un bigotillo de kétchup, no necesitará, ya, encender la luz…