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A esta sociedad farisea le gusta escribir los grandes principios en letras de neón para después dejarlos olvidados como un trasto inservible. El perdón forma parte de esas viejas ideas del humanismo-buenismo cristiano, al igual que los derechos humanos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible del 2030, y los valores éticos de todas las religiones. Da la impresión que los negacionistas del «buenismo» cada día son más. Hoy tiene mejor prensa el ojo por ojo, la venganza justa, aplicar todo el peso de la ley, que la capacidad de negociación para llegar a acuerdos que pacifiquen los territorios y aplaquen el odio entre las personas demasiado tiempo cultivado.

El debate sobre quién está del lado de Israel y quién de los palestinos es triste y lamentable. La capacidad de horrorizarse ante los crímenes salvajes de los terroristas o las masacres de los bombardeos de un gobierno cada vez está más en función de la ideología que transmiten nuestros partidos políticos y los medios de comunicación afines, que no de las víctimas inocentes. Incluso retorciendo las noticias falsas una vez desmentidas. Es la misma ideología que utiliza a las víctimas de cualquier conflicto en beneficio propio. Sean las de Israel o de Gaza, sean de ETA o de cualquier otra. Incluso Rodríguez Ibarra se siente víctima de violación de los independentistas catalanes. ¡Por Dios!

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Cualquier actuación pública para resolver un conflicto que solo se centre en las víctimas nunca será útil para la paz y la convivencia.

Alimentar el radicalismo como estamos haciendo no presagia nada bueno. Y ante ello, ante aquellos que mandarían a John Rambo a matarlos a todos, no hay mayor contrapeso, nada más radical, que la idea del perdón. ¿Qué conflicto, de pareja o entre países, se puede resolver si no hay una actitud mínima de perdonarse los errores cometidos? Seguramente el perdón es cosa de dos, pero uno debe dar el primer paso. En Israel y en España.