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Aprovechando que nadie me lo ha pedido voy a ofrecerles hoy, amables lectores, una explicación de por qué escribo esta columna con cierta regularidad y no poca mala uva.

De pequeño estaba convencido de que los del séptimo de caballería eran los buenos y los indios los malos; ya saben, John Wayne valiente y noble,Toro Sentado cortacabelleras. Al final parece ser que eran los europeos quienes pagaban a tanto la pieza de cabellera de indio como prueba fehaciente de que quedaba uno menos estorbando la apropiación (puede que indebida) del territorio del far west.

Ya en la adolescencia, aún siendo bastante pipiolo, el NODO me olía un pelín a propaganda y no daba por verdades fetén lo que allí se contaba; intuía que había otros asuntos (quizás no tan folclóricos) que no se aireban en sus entrañables capítulos.

Con el correr de los tiempos mi inicial candidez fue transformándose poco a poco en mosqueo. El mosqueo fue derivando, a medida que buscaba información abriendo el abanico de fuentes, en una fuerte convicción:

Los gobiernos y la inmensa mayoría de los medios (prensa, radio tv…) mienten mucho y callan lo que les conviene (o les ordenan) callar. No creo que sea nada personal, son negocios.

De esta guisa no me creo nada que salga de la boca de estas entidades benéficas. Cada vez que tengo conocimiento cabal de algún aspecto de la realidad, compruebo cómo lo que me cuentan sobre ello no es cierto. Siguiendo una línea recta calculo que en lo referente a los aspectos de la realidad sobre los que no tengo conocimiento directo me contarán fábulas para niños de lo más creativas (en esto Yolanda es insuperable, lo digo sin acritud)

Les aseguro que no pienso que en ello haya diferencia entre partidos de derechas y de izquierdas. Puede que alguno de los nuevos partidos que vinieron la pasada decada a dar esperanzas a los crédulos (yo formé parte de esta categoría en moderada medida) quisieran en principio revertir este engaño masivo, pero enseguida –apenas pilllado puesto goloso, con su billetaje correspondiente–, se dejaron de chorradas y se sumaron al teatrillo.

En esas estamos quizás desde siempre. Olvidándonos de si El Cid Campeador curraba o no (también) para los moros, quién demonios sabe lo que de verdad sucedió el 11S, el 11M, el 23F; quién conoce los vericuetos del cambio de rumbo con el Sáhara, o el motivo por el que Pujol se va de rositas, o cómo fue en realidad el atentado contra Carrero, el affaire de las maletas en Barajas con Ávalos correteando con aquella venezolana. Tantas cosas que no sabemos ni sabremos porque no conviene a quien puede ocultarlas…

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Desde luego cabe la posibilidad de que yo sea un paranoico y la prensa, la Justicia y el Senado estén compuestos por insobornables ciudadanos que velan por nuestro bien. Pero este extremo no me acaba de cuadrar. Añadiré que Sánchez ha puesto una hermosa guinda sobre el pastel de mi incredulidad alrededor de la dudosa democracia en la que navegamos.

Dicho lo cual me quedarían dos opciones

1.- No significarme (quizás la opción más sensata manteniendo un establecimiento abierto al público y considerando que nada percibo a cambio de piar).

2.- Esforzarme por intentar colocar una china en los zapatos de los hooligans (siempre se pueden despachar llamándome facha, antisistema o conspiranoico), sembrando en ellos la duda de que no vaya a ser que anden haciendo el canelo cuando tragan a pies juntillas con las mentiras y la manipulación de sus amados líderes.

Las cosas suelen ser más complejas de lo que parecen; sin embargo hay algo simple en el ecosistema (partitocracia) que habitamos: se nos utiliza como proveedores de recursos. Ese es el único aspecto de nuestra existencia que interesa a los cuatro gatos que manejan el cotarro en cada partido: cuantos más votos, más recursos a su disposición, para hacer uso de ellos a su conveniencia.

Mientras no haya listas abiertas y verdadera separación de poderes, esos cuatro gatos disfrutarán de lameculos a gogó e impunidad.

Yo seguiré costeando su fiesta con mis impuestos (no quiero ir a la cárcel), pero no esperen de mí que mueva la colita.

He dicho.