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El verbo agotar tiene dos acepciones: cansar extremadamente y gastar del todo, dejar algo absolutamente vacío. Los dos sentidos se juntan para explicar algo de lo que está ocurriendo en esta época. Quizás algunos lectores lo compartan.

¿De qué podemos estar extremadamente agotados? De la incapacidad de los dos principales partidos políticos, PP y PSOE, de llegar al mínimo acuerdo. Del victimismo del independentismo catalán. De dejar en manos de los radicales la agenda política y el protagonismo en los medios. De las polémicas sobre nuestra lengua propia. Añadan lo que quieran.

¿Qué es lo que han dejado absolutamente vacío? El depósito de los argumentos para mejorar las cosas. La función pública de la inteligencia, que solo se pone al servicio de la confrontación. Sin voluntad de entenderse en nada, en lugar de aportar razones se fomenta la sinrazón.

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Una asociación de la Guardia Civil quiere derramar «hasta la última gota de sangre» para defender España. Puigdemont cede y renuncia a la unilateralidad pero amenaza con romperlo todo si no se cumplen los acuerdos, uno a uno. Pedro Sánchez va a ser investido con el voto de más diputados que Rajoy y Zapatero, incluso que Felipe González, pero no significa que su posición sea más firme, sino todo lo contrario. Aunque aguantó toda la pasada legislatura, pese a los iniciales negros augurios, esta vez el reto es mayúsculo.

La fragilidad de la democracia es fruto de la pobreza de los valores de quienes deberían defenderla. No sé cómo se construye una dictadura, a no ser con un golpe de estado que en España no se ha producido. Pero lo que sí vemos todos los días es como se destruye una democracia.

Si Sánchez pusiera el mismo empeño en llegar a acuerdos con el PP como el que ha mostrado con Puigdemont, si Feijóo no alentara la rebelión en cada rueda de prensa, algo cambiaría en positivo.
Porque al final es una cuestión de física: si tienes una olla a presión calentando continuamente acabará explotando.