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El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió, mientras sigue la guerra en Tierra Santa. No será una noche de paz, aunque hace más de dos mil años que celebramos lo mismo. Fue aquel un nacimiento en condiciones difíciles y humildes. José y María tuvieron que huir a Egipto para salvar al niño, porque ya entonces había tiranos. Por suerte, es una historia de salvación.

Ande, ande, ande, la marimorena. Las cosas no cambian pero no podemos caer en el desánimo. Un nacimiento siempre es una esperanza. Y el Hijo de Dios nos trae un mensaje. No es un mensaje publicitario, como los miles que escucharemos estos días. No es un mensaje de odio ni de comodidad e indiferencia hacia los demás. Tampoco es el mensaje de moda, para qué vamos a negarlo.

Podemos escucharlo o ignorarlo, asumirlo o combatirlo. Es una decisión personal e intransferible. Hay muchos mensajes que no llegan o se pierden para siempre.

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Pero mira como beben. Frente a los problemas y responsabilidades, podemos evadirnos. Centrarnos en nosotros mismos y nuestro bienestar es algo humano.

Si queremos entender el mundo y cómo funciona, no podemos ni debemos ocultar las cosas. Hay que ser valientes y no elegir siempre el camino fácil, que suele ser el más tentador.

Pero a veces celebramos cosas por simple inercia social. El significado original se va diluyendo poco a poco y los celebrantes beben y beben y vuelven a beber.