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Cuando el 90% de los españoles dicen desconfiar de los partidos políticos, el 80% del Congreso de los Diputados y el 70% recela del Gobierno, pongámonos a cubierto.

Resulta increíble que entreguemos nuestra libertad, nuestra forma de vivir, o incluso nuestras aspiraciones, a personas de las que desconfiamos. El nivel de abstención a la hora de votar es sumamente alto para una sociedad desarrollada y mayoritariamente formada y culta.

No hay duda de que necesitamos la política y a los políticos, pero la profesión de gobernante debería de ser una de las que aglutinase a personas con más talento, con más capacidad para solucionar problemas, con más facilidad para conectar con la sociedad. Pero en vez de trabajar por ello, lo que estamos haciendo la sociedad civil es replegarnos y no esperar nada de los políticos.

Aristóteles definió la política como «el arte de lo posible», referido a la organización de la sociedad y la conformación del Estado, pero parece que ahora es «el arte de llegar a ejercer el poder y perpetuarse en él, aunque no se tenga la capacidad necesaria», al tiempo que nos olvidamos de que la democracia nació para que fuera la sociedad la que realmente tuviese el poder.

El valor de la Transición fue la visión compartida de construir una sociedad donde cupieran todos. Los políticos de entonces, representantes de las diferentes corrientes de pensamiento, fueron capaces de abordar la situación al aceptar que tenían un problema que debían resolver entre todos. Hoy en día los políticos se posicionan unos contra otros. Al que no piensa igual se le ve como un enemigo, y en lugar de buscar soluciones conjuntas buscan el conflicto y se abre la confrontación. Hoy se busca el poder y mantenerse en él.

Deberíamos exigir que los políticos fueran aquellos que nos solucionen los problemas. La Constitución de 1812 «La Pepa» recoge una frase estupenda: «La Función del Gobierno es conseguir la pública felicidad».

Visto el panorama actual, aparecen los populismos, de derechas y de izquierdas, los cuales son especialistas en la simplificación del debate situándose en posiciones muy dogmáticas: «todo es blanco o negro», por lo que para ellos los problemas complejos tienen soluciones simples, erróneas, pero simples.

Otra realidad es que cuando el político llega al poder, cambia la forma de ver las cosas. Tiene una visión sesgada y pierde la objetividad con la que pensó llevar a cabo su función. Así lo consideraba el gran historiador liberal y político inglés del siglo XIX, Lord Acton, el cual dijo que «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente». En España tenemos ejemplos recientes de políticos populistas que querían terminar con la llamada «casta política» y al llegar al poder fueron abducidos por ella.

Es imprescindible el diálogo y argumentar sobre las ideas y las propuestas, pero nuestras sociedades no tienen tiempo, vamos demasiado deprisa para pararnos a ello. Las nuevas formas de comunicación hacen que las ideas complejas se concentren en unas cuantas frases en Twitter (hoy X) y los propios políticos se avasallan a golpes de tuits, con el único argumento del «y tú más» para arrogarse la razón. Una argumentación necesita un texto mucho más largo porque, de no ser así, las consecuencias resultan demoledoras para el posible consenso y acuerdo.

En su libro «Historia Universal de las Soluciones», el filósofo José Antonio Marina propone una Academia del Talento Político, donde se dejen atrás las ideas basadas en amigo y enemigo y se acabe con las    ideologías como prejuicios.

Defiende Marina que estamos en un tiempo en el que entendemos las democracias de una nueva manera. Estas siempre han sido liberales, pero nos estamos dirigiendo a democracias autoritarias. Según el filósofo, esto se debe a que se ha unido la decepción por la no solución de los problemas, a una sensación de miedo a un mundo imprevisible y precario. Ante esta situación la sociedad necesita personas autoritarias.

Así ocurrió en la Generación del 98, cuando la crisis moral, política y social acarreada en España por el desastre de la pérdida de Puerto Rico, Cuba y las Filipinas en 1898, desembocó en la dictadura de Primo de Rivera. Lo mismo ocurrió tras la II Guerra Mundial, momento en que florecieron los sistemas dictatoriales más extremos.

La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, advierte sobre el peligro de que los jóvenes vuelvan «a los extremos populistas». Deberían ser conscientes de que la democracia y las libertades de las que gozan no están garantizadas. La    guerra en Ucrania ha demostrado que las libertades de los europeos no son «una cuestión de azar».

Como sociedad tenemos no solo la capacidad y el deber, sino la obligación, de recordar a nuestros políticos y gobernantes que el poder está en el conjunto de la sociedad y que ellos son, meramente, los artífices de hacer cumplir su mandato con el firme propósito de conseguir la felicidad de la ciudadanía. Así de utópico y así de real.