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No es lo mismo una campana que una campaña. La «eñe» de la política nacional persigue dar la campanada y que suene tan fuerte que el ruido impida saber a qué toca. Mientras, en el País Vasco se está celebrando una campaña electoral donde el debate es más sereno y el contenido es más político. Yeso que esa es la tierra donde nació ETA. Quizás porque la banda terrorista también murió, ahora tomarse las cosas a la vasca tiene otro significado. Que los dos partidos nacionalistas, PNV y Bildu, estén empatados en las encuestas le da cierta emoción.

Los primeros, aunque no ganen las elecciones, pueden gobernar con el apoyo del PSOE, que posiblemente será la tercera fuerza política. Los socialistas no están dispuestos a dar el Gobierno a Bildu. Aunque este partido, en sus estatutos, reniega del terrorismo y ha hecho gestos para reconocer el derecho de las víctimas, posiblemente su condena debe ser todavía más explícita para enterrar la etapa más dolorosa. De hecho, la izquierda abertzale crece por la izquierda y no por el nacionalismo. Su discurso social es lo que atrae más votos.

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Tanto el PNV como Bildu no renuncian a la independencia, pero ninguno de los dos partidos se plantea su reivindicación a corto plazo. No hay ahora un plan Ibarretxe sobre la mesa.

Al final, esta campaña electoral en Euskadi huele a normalidad, de una autonomía que busca desarrollar sus competencias hasta donde sea posible, en un Estado que, mientras sus principales partidos se tiran los trastos a la cabeza, no es capaz de revisar un modelo autonómico caduco ni aplicar un sistema de financiación que no cree tantos conflictos.

La diferencia entre la campaña vasca y la catalana es enorme. Esta segunda sigue inmersa en el conflicto con el Estado, que Junts sigue alimentando pese a la amnistía. Si los partidos independentistas no obtienen la mayoría para gobernar, se creará una situación incierta, pero quizás esperanzadora.