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Un motivo que me sigue estimulando a escribir esta dudosa columna consiste en cierta preferencia por el debate frente al despliegue de consignas. Habitualmente, cuando intento debatir en la vida real (cada vez menos; suele presentar demasiadas espinas), el tertuliano de turno se lanza con bastante rapidez a su trinchera mientras me indica por gestos que ocupe yo mi lugar, adjudicado en el punto marcado con la etiqueta que según mi interlocutor me corresponde a tenor de esa mueca de duda o ese amago de añadir algún incómodo matiz a su enfoque de salida.

Me gustaría comentar hoy aquí un asunto un poco feúcho destacado recientemente en los medios, y que, aun siendo perfectamente cutre, es también debatible (opino).

Todo el que ha pagado o cobrado una nómina sabe que el estado retira una parte importante; mejor dicho, encarga a la empresa contratante del trabajador que «gratuitamente» (en mi caso no tan de balde: pago a una gestoría por realizar ese trámite ya que soy malo con el papeleo) retire al trabajador esa parte importante de la nómina y la ponga a buen recaudo directamente en las arcas del estado.
¡Te veo venir, inquisidor! Pero te equivocas. Esto no se trata de que yo sea contrario a los impuestos.

No me meto en esa trinchera. Se trata de algo más sutil.

Para desarrollar lo que de debatible incorpora este posible debate, me animo a confesar previamente que considero positivo que (en la vida real) un estado (a ser posible no tan cargado de parásitos, tejido adiposo y caraduras) extraiga recursos de sus ciudadanos (de la manera más justa posible; y esto es otro jugoso melón complejo de escudriñar) para atender a necesidades y a necesitados. Añadiré, para que no quepa duda: Un ser muy querido ha superado con éxito -en el lapso de poco tiempo- graves enfermedades gracias a vivir en España (y no en EEUU, sin ir más lejos, donde estaría muerto o indigente después de afrontar las facturas).

Aclarado esto, iré al grano: calculemos por aproximación. Si un empresario pagara mensualmente a uno de sus empleados 2.000 € en vez de los 1.500 pavos que recibe en su cuenta bancaria, digamos que a lo largo de un año (14 pagas), dicho trabajador habrá acumulado 28.000 €. Y ahora viene la cuestión incómoda, pero creo que relevante: Al final del año se urge al currante a que saque de su cuenta esos 6.000 €. Si juntamos sus 6.000 pavos con los 6.000 de otros 500 trabajadores de su nivel...

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Me pregunto por el sentir de ese trabajador en el caso de que le diera por hacer los siguientes cálculos: Si juntamos sus 28 mil pavos con los 28 mil pavos de otros cien (100) trabajadores de su nivel, habremos juntado el dinero suficiente para que una entidad pùblica (RTVE) pague a un pavo (a quien ni conozco ni juzgo) para que este pavo le explique con claridad a posibles votantes quiénes son los buenos y quiénes son los malos (a varios de estos sí que los conozco y valoro en poco).

Quizás la respuesta a esta pregunta dependa de si el trabajador que se la plantee sea progresista, neoconservador, del Palmar de Troya o terraplanista. Yo, que no comulgo con ninguna de estas disciplinas, pienso que en este caso, un grupo con poder para hacerlo con impunidad ha usado mis recursos, mi esfuerzo, mi tiempo para su propio beneficio. Y me jode.

Esta reflexión podría continuar interpelando al trabajador así tratado: Si esta forma de gastar tus impuestos te parece bien, no tengo nada que añadir. Si en cambio te parece mal pero callas, o tratas de descalificar a quien la denuncia porque la ha implementado Zeus, tengo una objeción: cuando el ciclo cambie, y los mandos del asunto pasen a otro equipo, el comportamiento sectario, poco dado al cuestionamiento o al sentido común al que hemos acostumbrado a esta gente le enseñe la utilidad (y gracia) que encierra tal práctica. El rey seguirá desnudo. A disimular.

Fue más práctico quemar a Servet que ponerse a investigar si su teoría tenía visos de verosimilitud. Es más práctico señalar que argumentar.

Otrosí: Quizás Franco nunca expresara en el NODO: «¿Quién manda en el ejército?… Pues eso».
Sí escuché empero a Pedro decir: «¿Quién manda en la fiscalía? Pues eso».

Y bien que se reía.