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«La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía»
Proverbio árabe

La comparecencia de Sánchez para anunciar lo ya sabido no fue inane. Gracias a ella nos enteramos de que sabía la diferencia entre un punto y seguido y un punto y aparte y cómo utilizar el lenguaje para amenazar al personal de forma sutil. Especialmente si éste vestía toga o utilizaba con libertad un bolígrafo. Sin embargo, don Pedro tiene carencias (¡quién se lo iba a decir!) entre las que está la de no haber leído probablemente a Leonardo Da Vinci, autor de una luminosa frase: «La amenaza es el arma de quien se siente amenazado» Su «esto no es un punto y seguido, es un punto y aparte» te alarmó, porque no hizo sino reforzar en ti la tesis (cada día más creíble y compartida) de que este país se está convirtiendo, lenta pero eficazmente, en una dictadura bananera, en un coto de caza al servicio de un señorito, el puto amo del cortijo... ¡Imitémosle pues y meditemos!

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Ningún tirano consigue mantenerse en el poder en una nación con valores, en un país culto, en un Estado con ciudadanos con criterio propio, en un territorio en el que sus moradores hagan caso omiso a los estados de opinión artificialmente creados y al adoctrinamiento sectario... Ningún autócrata sobrevive tampoco sin fatuos seguidores que vergonzosamente antepusieron dinero, oficio y poder a la fidelidad del lugar del que provenían (un partido histórico, por ejemplo). Ningún dictador puede medrar sin que su lodazal haya sido previamente abonado... Por eso hubo un día en que decidimos –u os hicieron decidir– prescindir de la ética (¡cosa de fachas!) y optar por una libertad de marca blanca y sin límites. Arrinconamos entonces a nuestros ancianos y dejamos de escucharlos, sustituyéndolos por pijos influencers y permitiendo a conciencia que estos nos manipularan, pero, eso sí, en inglés, que mola mazo... Desterramos la buena educación (eso tan demodé) y no nos percatamos de que esta nos hacía la vida más llevadera. Nos llenamos la boca de derechos pero nos pasamos por el forro los deberes. Abolimos la autoridad de los padres y de los profesores y acogimos con entusiasmo y sin escrúpulos la de la calle. ¡Dejamos de hacer tantas cosas! Dejamos de respetar la vida, por ejemplo, y cuando la conciencia nos irritaba la asedábamos con paráfrasis. Así, el aborto se mudaba en una «interrupción voluntaria del embarazo» y la eutanasia en «una muerte digna». Era más fácil. Mucho más que edificar una sociedad solidaria en la que una mujer embarazada no se viera abocada a lo indeseado o indeseable. Era más fácil, efectivamente, y económico, darle un chute final a un enfermo que ayudarle a vivir con esa dignidad de la que, sin embargo, tanto presumíamos. Y nos tranquilizábamos todavía más cuando, para compensar, firmábamos una petición exigiendo la abolición de la vomitiva pena de muerte. Dejamos de leer a los grandes pensadores para imbuirnos en los breves, inanes e incorrectos mensajes de WhatsApp.

Dejamos de vernos, de reunirnos, de escucharnos, de hablarnos. Dejamos de creer en la caridad con la excusa de que no se trataba de eso, sino de una justicia universal elaborada desde las grandes superestructuras del poder. Y obviamos la interrogante inevitable: ¿Y mientras tanto qué? Lo pervertimos todo. Incluso la okupación justa, cuando la cambiamos por la injustamente generalizada. Dejamos igualmente de luchar al constatar que era mejor que las cosas nos las dieran hechas: un subsidio, una subvención… También dejamos de darnos cuenta de que, a pesar de lo anterior, proliferaban ilógicamente los libros de autoayuda y los tranquilizantes... Y decidimos, cuando la realidad llamaba a la puerta, no admitir que nos habíamos estado esclavizando, que nos habíamos convertido en dependientes del poder...

Efectivamente ha habido muchos puntos y seguidos… Parecían inocuos. Hasta que se convirtieron en aparte. Infinidad de preparativos. Nos fueron adiestrando. Hoy, ya indefensos, sedados, conformistas y conformados, permanecemos en angustiosos puntos suspensivos. Ahora se explican muchas cosas. El texto va adquiriendo forma y forma de alarmante distopía…