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Se ha cumplido un mes. El día 30 de enero, a las 15 horas expiró el señor Cots. Era sábado, día dedicado en la tradición cristiana a la veneración de la Virgen María, día en que solía ir el señor Cots a orar ante la imagen de la Virgen de Gracia, trasladado en los últimos tiempos en coche a la ermita.

Falleció, y no pude estar presente en el momento en que expiró. Unas horas antes me habían ingresado en el servicio de urgencias del Hospital Mateu Orfila, permaneciendo en el centro unos días más.

El día anterior le administré el Sacramento de la Unción de los Enfermos, a él que lo había administrado centenares de veces, pues una de las facetas pastorales intensas de su ministerio fue la visita a los enfermos.

Ciertamente se lo administré con gran emoción, con la misma que hubiera experimentado si lo administrara a mis padres o hermanos. Su influencia sobre mi vida sacerdotal fue profunda, y su ayuda en momentos difíciles, muy notable. Había sido mi primer formador en el Seminario, y posteriormente compartí con él actividad pastoral en la parroquia de Santa María hasta que cesó como Cura Ecónomo, y también en el movimiento de Cursillos de Cristiandad.

Antes de que ser conducido al hospital entré en la habitación. Contemplé su rostro, sereno, sus manos que entrelazaban el rosario, y lo encomendé al Señor.
Muy posiblemente esta visita me afectó emotivamente y contribuyó a los motivos de mi ingreso en el hospital. Cuando me comunicaron su muerte las lágrimas brotaron abundantes de mis ojos. Sentí profundamente no poder participar en la Misa Exequial.

Cada día, desde su fallecimiento, al pasar ante su habitación, conservada todavía como antes, me parece verlo al salir por las mañanas apoyado en el andador-que chirriaba los días húmedos- dirigiéndose al oratorio de la casa, situado en el sótano, antes de sentarse en el comedor para el desayuno, en el que no solía faltar ningún día algún pastel, ración de "coca", o bollo.

Todavía espero encontrarlo rezando la liturgia de las Horas, o leyendo libros y revistas con la lupa en sus manos, sentado en el comedor. Según la hora en que regreso a casa me imagino que lo encontraré así.

Siempre admiré, y continuaré admirando el testimonio de su coherencia sacerdotal, de su vivencia esencial de la pobreza evangélica, de su desprendimiento en favor de las personas necesitadas, de la entrega total de su existencia a su vocación. Al margen de las limitaciones y carencias propias de la persona humana, que, también él experimentó, y de cuyas consecuencias pidió siempre perdón a los que hubiera podido disgustar, su trayectoria vital constituirá siempre un referente de autenticidad cristiana.