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Uno, desde su infancia ha disfrutado del campo y del mar. Ni ses barreres ni ses parets seques han representado nunca un obstáculo, más bien todo lo contrario. Ellas le iban confirmando que estaba en su Menorca y que la tradición se mantenía. Desde pequeño el folklore menorquín también le acompañaba y aunque siempre había oído la canción del Camí de Cavalls, no fue sino en una excursión de final de curso a final de la etapa de EGB, que apostados sobre la arena de Cala Galdana, aquella tomaba otro cariz.
Pasaron los años y poco o nada se intuía de aquel cariz reivindicativo. Y uno, ajeno a todo, seguía disfrutando del mar y del campo. Y del folklore menorquín. Pasaron las décadas y aquellos lares empezaron a llenarse de postes y placas. Y más postes y más placas, si ahora la herradura, si ahora en tinte rojo, si flechas indicativas, metros contabilizados y presupuesto. Sobre todo presupuesto. Y al unísono, gente y pisadas que lo invaden todo. Y la apuesta del futuro con chiringuito de descanso, posada y fonda....
Y con tanta cosa colgada y por colgar, uno reemprende su trayecto de décadas atrás, y en una de éstas que encuentra una señal que no le deja indiferente. Una señal que atenta contra la imagen de cartón piedra que se pretende vender. Y su significado. ¿Estará cortado su recorrido? ¿Termina el trazo y empieza la civilización?

Pues va ser que no, pero allí está la señal. Y habrá que interpretarla, como todo en la vida. Me imagino primero una reunión de políticos para ponerse de acuerdo en la elaboración de una estrategia común en cuanto al estudio de la cuestión. Tras la reunión de la misma procederá a la elección de una comisión de expertos juristas tratando de ponerse de acuerdo con el contenido de tal indicación. Las fuerzas vivas del entramado social también serán llamadas a consulta para que digan la suya. Y no digamos si a todo ello trasladamos la consulta al populacho para que cada uno también diga la suya. Y el CIS, al menos su homólogo insular o catalán, si se tercia.

Al final, asesores de todos los ámbitos consultados, propondrán subdividir todas las comisiones en dos, a saber si se trata de un camino cortado tal como evidenciaría una parte de la señal, o la existencia de un poblado talayótico en el entorno de la misma. Cada comisión creada al efecto necesitaría de un presidente, una vicepresidencia, un asesor, un técnico, además del chófer y del ordenanza. Incluso para las reuniones a pie de campo se sugería la intervención también de una oficina logística que coordinara al departamento de transportes con el de avituallamiento, incluso se hablaba de un traslado en helicóptero así como algunos marítimos.

Y no digamos del gabinete de prensa, que de ello debería darse suficiente información, canalizada eso sí. Y el mobiliario para tal fin. Y el catering. Y la carpa. Y el aire acondicionado. Y las tomas falsas. Y las preguntas dirigidas. Y el informe elaborado en qué apoyarse tal o cual decisión.
Mientras esto ocurría, y a la espera de que las disposiciones se publicaran en ambas lenguas en los boletines correspondientes, se empezaban -por aquello de la urgencia- en la solicitud de informes a conocidas empresas de informes -nunca mejor dicho- mediante los cuales avalar las iniciativas tomadas por los asesores y técnicos en la materia.
La tardanza obligaría cómo no al disfrute de los días de asueto a cargo de las vacaciones anuales y la parte correspondiente a los susodichos personales. Y las licencias por bodas, separaciones y reagrupamientos. Y es que los derechos son los derechos. Y los deberes, para septiembre.

Mientras la señal se encontraba en discordia, el presupuesto descendía. Muchos ayuntamientos peninsulares amenazaban con hacer suspensión de pagos por la crisis, y nosotros invertíamos en conocer algo que alguien en algún momento colocó en un punto determinado de la geografía insular. A sabiendas o a escondidas. Premeditado o justificado. También alguien debería interpretar tal acción. Otra comisión tal vez.
Alguien llama la atención. Arrancar la señal podría ser la solución más rápida. La más económica. La más sensata. Algún otro echa el freno. Podría tratarse de un delito ecológico o simplemente de una infracción administrativa. Habría que evaluar las posibles repercusiones así como en caso afirmativo el destino que debía darse y a qué centro de tratamiento de residuos debía derivarse.

Mientras, los turistas detectan tal movimiento en el entorno que no dudan fotografiarse junto a ella. Pronto, el nombre del entorno cambiará de denominación y se estudiará un posible origen onomástico que le haga referencia. Otra comisión y otro comité de expertos. Y unos condicionan al otro. Ya son muchas las ingerencias.
Los viejos del lugar intuyen la historia del mismo. Algunos incluso conocen la verdadera historia de su engendro. Hacen mutis. Su versión llega ya tarde. Ni vende ni convence. Su informe carece de pedigree y ellos de titulación que avale cualquier retribución.

Y así, con pedigree o sin ella, aquel poste, aquella señal, seguirá a la espera de una resolución que aclare qué significa y qué debe hacerse con ella.
Incluso alguien ha propuesto la construcción de un talayot con Taula incluida en el entorno, para darle más sentido al hallazgo.

Y es que en Menorca nació lo del huevo y la gallina. ¿Quién fue primero?
Otra comisión. Otra retribución. O al menos, un poco de presupuesto para colocar una leyenda a la misma.

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