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Conozco a más de uno que daría la mitad de su fortuna por un silencio y no me extraña. Vivimos en un mundo formado de palabras que al entrelazarlas forman frases, que a su vez son nuestros pensamientos y necesitamos transmitirlos. Es cierto que negarnos a esa evidencia sería lo mismo que cerrar las puertas a la comunicación, pero también es cierto que somos dianas, pararrayos neuróticos unos de otros. ¿Se han dado ustedes cuenta de lo difícil que es conseguir veinte minutos de silencio, veinte minutos sólo para uno mismo? El rollista de turno te busca y lo hace como un poseso ya desde primera hora de la mañana. Cambiarás semanalmente tu horario, tu ruta y hasta la cafetería donde tomas tu desayuno pero es inútil, él siempre te localizará, es como un radar a dos patas. A mí personalmente me gusta tomar mi desayuno a solas, a solas con mis pensamientos y acudir voluntariamente a los pensamientos de los demás en la letra escrita de los periódicos. La letra escrita es la mejor compañía cuando la acompasas únicamente del tintineo de la cucharilla removiendo el primer café de la mañana, con la ventaja de que puedes prescindir de ella si no te agrada su compañía y encima ni se molesta ni tienes que darle explicaciones. Si usted cree que todavía está a tiempo de descubrir los silencios, no lo deje para mañana porque sería tarde, debe hacerlo antes de que alguien se le ocurra hacerle la puñeta con sus matutinas y filosóficas verdades, que tampoco lo son tanto. ¡Clotellada a tanta palabrería inútil!