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Cuando era pequeño la leche y el pan se podían comprar a sendos señores que se acercaban a casa a primera hora con una furgoneta. Las normativas sanitarias y la evolución del sector bajo la lógica de los supermercados han acabado con el servicio minorista a domicilio, reducido ahora prácticamente a las pizzas. La táctica no era mala.
La cercanía era un valor, se generaba confianza y el peso de la costumbre dificultaba las cosas a la competencia estática. En la época de internet, las redes sociales y el mailing, la cercanía se ha rescatado como un valor en alza, en concreto para el turismo. El Consell ha buscado un modo de llevar la marca Menorca hasta la misma puerta de los británicos con un Promobús, que es un camión con un chorro de información en varios formatos. El automóvil llama la atención, es un reclamo visual para quien simplemente pasea, y esto, hoy en día, con todos los mercados sobre la mesa y el frío google como herramienta preferencial a la hora de planificar las vacaciones, es un plus. Encontrarse en el chiringuito con ruedas a una persona dispuesta a matizar cuestiones y resolver incógnitas no es moco de pavo. En el imperio de la red recuperar el contacto humano puerta a puerta no es, a priori, mala idea. Más bien todo lo contrario. No estará allí cada mañana como el lechero, pero tampoco los "guiris" se van de vacaciones cada día.