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La inmolación de Mohammed Bouazzi, un humilde vendedor ambulante, precipitó la caída del presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali y desencadenó protestas públicas en varios países del Magreb y Oriente Medio, denominadas por la prensa mundial como la "Primavera Árabe".

Las protestas eran inevitables considerando que los Estados opresivos afectados se vieron ulteriormente involucrados en una explosiva protesta democrática produciendo un análisis erróneo en el mundo occidental que interpretó las convulsiones callejeras de la calle como una revuelta política pidiendo reformas democráticas y, con el apoyo de occidente (leer Estados Unidos), conseguirían cambios radicales en el entorno árabe.

Ahora que han pasado muchos meses desde las protestas iniciales, nos damos cuenta que dichas protestas están teniendo consecuencias más allá del mundo árabe, ayudando a propiciar repercusiones en las políticas de EEUU y Europa en dichas regiones y en el mundo entero.

Es evidente que las reacciones públicas han propiciado las caídas de los dictadores Ben Ali de Túnez y Hosni Mubarak de Egipto que fueron desalojados de sus palacios, pero los regímenes en dichos países siguen en pie, y se puede augurar que aunque los disturbios civiles pueden resultar en posibles cambios de regímenes en Libia, Siria y Yemen, no producirá ninguna clara victoria, tampoco democrática y si fuera democrática no sería ni siquiera liberal, sin afectar realmente al vecino Jordan. Los eventos "revolucionarios" en el mundo árabe no tienen equivalencia con la rápida y contundente caída de los regímenes del este europeo en 1989 con la erradicación del comunismo en dichos países.

El ejemplo clara de Hosni Mubarak, obligado de abandonar la jefatura del estado Egipto, enfermo pero delante de los tribunales, acusado, entre otros delitos, de lesa humanidad, ha dejado en su sitio la infraestructura política del país en manos de militares que pertenecían a la estructura gubernamental de Mubarak. Aunque las próximas elecciones pueden propiciar la entrada en la escena política de un presidente fuerte, es poco probable que pueda controlar las divisiones internas inherentes en el país y al mismo tiempo garantizar la seguridad del país y limitar la influencia y manipulaciones del aparato militar que ahora mismo está intentando suprimir de la escena estatal elementos considerados demasiado radicales e imprevisibles.

Desde occidente, se formalizó la convicción que estos regímenes no tenían ningún soporte popular y la incipiente oposición representaba la voluntad de la población y que una vez iniciado sería imposible parar los disturbios. Libia, a diferencia de Túnez y Egipto, que no estaban condicionados por influencia externa, presentó un serio problema y acusó una fuerte intervención de occidente. Hace más de 40 años que Gadafi está en el poder y no se puede olvidar que tenía un apreciable soporte popular, beneficiado por su política patriarcal. Además, Gadafi ha contado con el apoyo de los militares y de un importante influyente sector tribal.

Es cierto que existe una determinada oposición al régimen de Gadafi, pero no podemos olvidar que muchos de los líderes, ahora opositores, estaban integrados en el régimen de Gadafi. Aunque se ha interpretado el papel de la oposición del Este, único representante de la cólera ciudadana, como primordial para el derrocamiento de Gadafi, y con el soporte occidental en la defensa de Bengasi podría proporcionar la disensión del ejército de Gadafi y su integración en las fuerzas rebeldes. Pero no fue así, el brutal régimen de Gadafi siga en pie apoyado por un férreo ejército que tiene mucho por perder con el derrocamiento de Gadafi. En consecuencia, el dictador continúa peleando y mantiene el apoyo de un importante sector de la población Libia. Entre tanto, la coalición del Este siga luchando con el apoyo táctico de la OTAN sin conseguir hasta el momento un gobierno coherente capaz de derrocar al dictador.

Una idéntica situación existe en Siria, donde desde más de 40 años gobierna la dictadura de la familia Assad, minoría alauita que controla el país donde la etnia mayoritaria sunnis se enfrenta al régimen autoritario del actual dictador. Aquí también se ha pensado que la oposición callejera precipitaría el derrumbe del dictador, pero la predicción fue errónea. Con un importante apoyo de oficiales militares alauitas, liderando un ejército compuesto en su mayoría de soldados conscriptos sunnis. Estos mismos oficiales se benefician también de los favores del dictador y fueron ellos que llevaron al poder a la familia Assad en general, y al actual déspota sirio en particular. Lo peor que puede suceder en contra de Al Assad es una fisura entre el sector alauita de la comunidad siria y de las fuerzas armadas que podría fomentar un golpe de Estado.

Por otra parte, los gobiernos occidentales liderados por los EEUU han expresado su preocupación por la sangrienta intervención militar de las fuerza armadas contra lo población rebelde siria, sin que se ha contemplado, hasta el momento, una intervención militar similar a la escena Libia. Segundo, se cuestiona ahora mismo la debilidad de los regímenes dictatoriales y no se puede contemplar la intervención militar en un adicional conflicto contra el ejército sirio. Además, los observadores políticos se muestran cautelosos en aseverar que los populares disturbios sirios pueden convertirse en una verdadera democracia liberal. Aunque los sunnis anhelan de un sistema democrático en Siria, no sería extraño que finalmente lo que sucediera fuese un régimen islámico.

Desde un punto de vista estratégico, las revueltas en el mundo árabe, distintas entre sí pero similar con la finalidad de las intervenciones, tienen un significado geopolítico en el horizonte occidental, tanto en Europa como en EEUU, donde se profesa una ideología de derechos humanos, aceptando el intenso esfuerzo de occidente con la convicción de que es primordial inculcar en los países con distintas filosofía occidental regímenes idénticos a los propios occidentales.

El anhelo por la consecución de derechos humanos inexistentes en países fuera del entorno occidental requiere una vigorosa claridad para determinar el acierto del soporte facilitado al protagonista de tal iniciativa, porque al final del cuento no serán los partidarios occidentales de los derechos humanos quienes pagarán por los fallidos intentos revolucionarios y guerras civiles por regímenes revolucionarios comprometidos con causas que no son relacionadas particularmente con democracias liberales.