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Hace unos pocos años un máximo dirigente de un importante partido político menorquín me confesaba, de forma privada y en su despacho, que, ante la inminencia de unas elecciones, "la gente, al final, siempre nos vota". Su tesis, comprobada mil veces hasta entonces, era que a pesar de los constantes incumplimientos de las promesas electorales, de los escándalos que les pudieran afectar, de la mala reputación de algunos de sus miembros, etc. todo quedaba olvidado ante una nueva cita con las urnas. Decía que todo aquello nunca sería motivo suficiente para que un sector importante del electorado dejara de votarles, que siempre controlarían un importante stock de votos con independencia de que los merecieran o no. Era la seguridad de que la ideología se sobreponía siempre a la evidencia de una mala o buena gestión. La apología del voto cautivo.

Desde la Transición, con más o menos oscilaciones, tanto el PP como el PSOE han disfrutado, efectivamente, de ese voto cautivo. Independientemente de su forma de gobernar ha habido gente que les ha seguido votando "lloviese o tronase" porque ellos eran "de derechas" o "de izquierdas". El resto, la honradez de la gestión, el cumplimiento del programa electoral, etc. no importaban nada. Siempre primó la ideología a la eficacia.

Pero es ahora, cuando la crisis, que todas las encuestas aseguran que se resquebraja ese bipartidismo en España. "Good news!. Muchos ya entienden que esa bipolaridad, vigente desde la Transición, si bien pudo estabilizar la democracia durante unos años ahora se ha transformado en un grave problema al representar la consolidación de los perores tics de lo que llamamos "la profesionalización de la política" que es lo que impide la regeneración que el país necesita.

Los dos partidos principales se han decantado por una oscura democracia interna que no permite discrepancia alguna, por las listas cerradas y controladas por los dirigentes de sus cúpulas y por una endogámica forma de entender el poder. Todo ello ha afectado a la "imagen" de la cosa pública y ha alejado a los ciudadanos de la política. "No nos representan" gritan muchos. La representación debe ser siempre elegida por una sociedad democrática y nunca impuesta por las algarabías desde la calle pero quizás sí ha llegado el momento de que se rompan inercias que se han mostrado equivocadas.

Para ello es necesario, imprescindible, lo que vienen defendiendo Ciudadanos y/o UPyD: debe reformarse la ley electoral incorporando listas abiertas, debe igualarse el valor de los votos en cualquier parte de España, el funcionamiento de los partidos políticos debe ser democrático y no caudillista y la separación de poderes debe ser efectiva. Deben acabarse las prebendas de los políticos (sueldos transparentes y abolición de aforamientos especiales) que se han consolidado como una casta aparte de la sociedad y por supuesto debe retornarse al Estado varias competencias que nunca debieron haberse cedido a las autonomías (Sanidad y Educación).

Como cantaba Bob Dylan en "The times they'are a ´changin'": Los tiempos están cambiando. La crisis al final ayudara a poner las cosas en su sitio. ¿Quién dijo que las crisis eran malas? Einstein ya lo desmintió. Se intuye el fin del bilingüismo. Bye, Bye.

Notas:
- Atacar al liberalismo es despreciar nuestro sistema de vida occidental. Sin liberalismo no hay democracia en Occidente.
- Por muy duro que sea tarde o temprano se tendrá que aceptar que el Barcelona no puede tener un entrenador enfermo. No poder disponer de todas las energías para concentrarlas en el equipo es un lastre que deberá solucionarse más pronto que tarde. Desgraciadamente.