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En el mismo momento en el que una Administración Pública anuncia su intención de desprenderse de un edificio, todos los ayuntamientos -salvo excepciones- quieren convertirse en herederos. Y es que la ocasión se ve como una magnífica oportunidad para incrementar su patrimonio y ponerlo al servicio de la ciudadanía. Vamos, que los ojos de los alcaldes brillan como los de aquellos familiares que reciben por sorpresa la herencia de un tío de América que apenas conocían. Pero en el caso de los municipios la cosa no es tan sencilla como ir al notario y salir por la puerta con el legado soñado.

En primer lugar, normalmente, a la petición de cesión de un inmueble se responde con un "vale, pero no es gratis". Es entonces cuando empiezan las arduas y largas negociaciones. Si la cosa acaba bien, aparece un segundo problema: ya lo tenemos y ahora qué hacemos con él. En los tiempos que corren las entidades locales no tienen un euro para una puesta a punto y ante la petición de subvenciones las instancias superiores suelen hacerse el sueco porque sus billeteras tampoco está para alegrías. ¿Y la iniciativa privada?. Es como la lotería. A veces aparece y otras no está ni se le espera.

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El miedo escénico aparece cuando la herencia corre el riesgo de convertirse en una pesadilla: pasar del brillo presente o futuro a la categoría de mamotreto.

En estos momentos, Maó quiere el cuartel de la Explanada, en el que se ve un abanico de posibilidades de uso. La iniciativa es, en principio, positiva. Pero cuidado, acumulamos algunos tiros fallados que en vez de dar lustre a la población son borrones en el paisaje urbano: el antiguo hospital militar, el cuartel de Santiago, el "Verge del Toro" y hasta no hace mucho la Illa del Rei.
Repito: cuidado, no sea que la herencia acabe bajo una lona.