TW
0

En agosto del año pasado se cumplieron 25 años del asesinato en Es Pinaret de Veronique Bousbib Couson, una joven que murió a manos de A.H.F.. Escribo su nombre con iniciales, a pesar de ser culpable, porque está en libertad desde hace años y espero que lleve una vida normal, rehabilitada. Recuerdo el juicio. Entonces no había jurado popular, ni falta que hacía. Su propia confesión aportó tantas pruebas que quedaban pocas dudas. Aun así, el capellán de la prisión de Palma declaró a su favor y afirmó que por la forma de ser del todavía presunto era imposible que pudiera haber cometido un crimen tan horrible. Yo estaba sentado en la última fila de la sala de juicios. Había seguido el caso para este diario con auténtica pasión periodística. Y ahora, visto a la sombra del juicio a José Bretón, siento que en algún momento perdí la imparcialidad. Tenía muy claro que, el acusado de la violación y asesinato de Veronique era culpable.

Me pregunto cómo pueden los miembros de un jurado abstraerse de la presión mediática y ser capaces de valorar las pruebas con una cierta objetividad. ¿Su veredicto coincidiría con el de un profesional de la judicatura? Creo que entre un juez y un jurado hay una diferencia evidente. El primero se debe a la imparcialidad de la toga y los segundos han de impartir justicia desde su propio criterio. Bastan los indicios, la convicción personal de que el acusado es culpable. Los dos platos de la justicia ciega pesan cosas distintas. El primero las leyes y las pruebas y los segundos los sentimientos y las convicciones. Sería tan injusto que un culpable evidente se escape de la pena porque las pruebas son débiles, como que un inocente sea condenado porque cae antipático a los jurados.