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Desde hace años infinitos, se habla de que Maó ha de dejar de dar la espalda al puerto y desarrollar todas las potencialidades que tiene el mayor atractivo de la ciudad y que además es uno de los paisajes más espectaculares de la Isla. Si nos ceñimos a los tiempos más recientes, desde Borja Carreras hasta Águeda Reynés se ha intentado revertir esta situación, mejorando la conectividad con más o menos éxito. El principal obstáculo para seguir avanzando es la titularidad compartida entre varias administraciones y la confluencia de diferentes intereses de los numerosos sectores que conviven en la rada. Así, cada cambio ha ido acompañado de su correspondiente polémica. Desde la ampliación de los muelles, la decisión de mantener la central eléctrica en el Cós Nou, la descarga de combustible, el puerto deportivo de la Colàrsega, los proyectos de Cala Figuera... En definitiva, esta privilegiada zona marítima es como un puzzle con unas piezas difíciles de encajar. Pero, el puerto es como una planta, a poco que se la riega los beneficios son instantáneos. El actual equipo de gobierno ha logrado poner en marcha el ascensor -cuyo éxito está fuera de toda duda y que anima a afrontar proyectos similares en otros puntos-, se han puesto jardineras para "ahuyentar" a los coches, se han habilitado zonas peatonales y programado actuaciones musicales. Todo ello para atraer la atención de residentes y turistas. Pero adecuar un entorno agradable no basta. La oferta complementaria también tiene que dar un paso adelante para mejorar un producto que equilibre la relación calidad-precio, sobre todo en estos momentos de crisis. Lo positivo es que se está avanzando. Ahora es necesario que todas las partes implicadas caminen en la misma dirección.