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Mientras espero a que me visite el médico los pensamientos vuelan a mi niñez. Recuerdos que me transportan a las salas de espera de un ambulatorio de los años 70 del siglo pasado. Cierro los ojos y veo un pasillo largo con sillas incómodas y unos carteles en la pared con una serie de advertencias: Se ruega silencio, prohibido escupir en el suelo y, si la memoria no me falla, no tirar las colillas al suelo. Recomendaciones que servían de poco, porque el ruido era ensordecedor y en cuanto a fumar... eran otros tiempos, porque hasta el médico (como también ocurría en algunas aulas del colegio con determinados profesores) podía visitarte cigarro en mano. La espera se amenizaba con conversaciones que iban subiendo de tono para poder entenderse entre tanta cháchara. Vuelvo al presente y el silencio es total. Somos seis pacientes, de los que cuatro están ensimismados en el mundo virtual del móvil. Las revistas que están en una mesita permanecen huérfanas. Salgo de la consulta y en la calle los móviles siguen siendo el rey, como también en los autobuses y en los coches. Yo mismo uso el mío para avisar a la familia que se preparen para ir a la playa.

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Tendido en la arena tras un baño reparador observo que muchas de las personas que me rodean están pegadas al móvil. Unos utilizando el wasap, otros están conectados a internet para ver las últimas noticias y no falta quien utiliza el aparato para hacer fotos o vídeos. En un visto y no visto, han ido desapareciendo de las tumbonas, esterillas y toallas los periódicos, las cámaras de fotografía y filmar, las radios... y hasta los libros escasean al sucumbir ante los eBooks.

Finalmente llego a la conclusión de que ha nacido una nueva especie: el Homo móvil.