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Ciscarse en la madre de uno está púdicamente permitido gracias a Internet. Basta con ocultarse tras un nombre chorra que poco o nada tiene que ver con la realidad y disparar sin contemplaciones hacia el indefenso blanco.

Nos pasa a nosotros, los «periolistos», que sufrimos las iras de los lectores cuando escribimos «havía», por un patinazo en el teclado. Por poner un ejemplo. No se escapan de los palos, tampoco, los protagonistas de nuestras historias porque por muy bien que lo hagas no caes en gracia a todos. Y entonces los talibanes del anónimo sacan a pasear su rico y variado repertorio de «giliesto», «tondo de lo otro», «hijo de aquello» o, los que son muy aburridos y previsibles, no pasan del «fascista».

Sucede, ahora que parte de mi trabajo consta de moderar comentarios en la página web de «Es Diari», que me encuentro a menudo con mucho malcriat suelto.

Aquel cuyo único propósito a la hora de comentar las noticias es el de tratar de hacer al mayor daño moralmente a la persona sin ni siquiera tener las narices de dar la cara. En plan cobarde y por la espalda. Por ello acostumbra a insultar, faltar al respeto o dañar el honor del protagonista o del que lo explica. Y le da igual.

Lo curioso del asunto llega cuando el elemento en cuestión se queja porque no le publicas un comentario en el que ha soltado pestes a diestro y siniestro sin importarle si, como mínimo, lo que dice es cierto y se escuda en aquello de la «libertad de opinión» mientras te tilda de censurador, por decirlo finamente.

Pere Melis, el jefe de la web, me está enseñando a tener paciencia porque los energúmenos de los que hablo son como las «meigas, que haberlas, haylas».

Amigo consumidor, tú que frecuentas estos lares y que ya nos vamos conociendo, te explicaré desde mi modesto punto de vista un detalle que quizás deberían saber estos terroristas que tiran la piedra y esconden la mano.

El límite de la libertad de opinión está en la vulneración de otros derechos fundamentales. Insultar a alguien detrás de un nick o un alias es, además de un acto cobarde, un hecho punible si se daña, por ejemplo, la imagen o el honor del individuo.

Vamos, que se te puede caer el pelo si te pillan y a nosotros si lo dejamos publicar.

No te diré cómo tienes que comentar una noticia pero si te entra un calentón y quieres insultar sin motivo, emplea las energías en dar un paseo largo. Hasta la mierda, mismamente.


dgelabertpetrus@gmail.com