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Los gurús agoreros pronostican que los periódicos (todos son privados) no tienen futuro (realmente cuesta construirlo cada día) y que el mañana es audiovisual, mientras, de forma sorprendente, la crisis se ceba en las televisiones.

El 1 de abril de 2010 se produjo el apagón analógico, para dar paso a la TDT. Los multiplex con todos los concesionarios de emisoras de televisión se multiplicaron. En Balears existía autorización para poner en marcha 39 canales, siete de ellos públicos. Todo eso ha dado paso a un panorama desértico, a la desaparición de casi todas las televisiones locales y a un canal público, IB3, además de las emisiones que llegan de Catalunya.

Ahora cierra Canal 9. Lo lamento por la pérdida de los puestos de trabajo de los periodistas. Sin embargo, creo que poco sentido tiene mantener las televisiones públicas porque no son un servicio público. Lo es un hospital y un colegio y una residencia de ancianos, pero no una televisión. Si todo se regula por las leyes del mercado, por qué se ha de mantener encendida la pantalla pública. Realmente sería un servicio público si esas televisiones no hubiesen sido paridas para dar lustre y esplendor a los gobernantes mayoritarios. Si no estuvieran dirigidas por personal de confianza ideológica. Si los propios periodistas que trabajan allí lucharan cada día para darle el prestigio de la independencia y de la investigación periodística. Si defendieran con uñas y dientes el importante papel de gestores del derecho a la información que tienen los ciudadanos.

El denostado Jaume Matas tuvo un sueño y una pesadilla. El sueño fue organizar un sistema audiovisual en Balears aprovechando las televisiones locales privadas. Era una buena idea, que duró menos que una cerilla. Después tuvo la pesadilla y le puso el nombre de IB3. La vistió con los mejores trajes. Incluso invitó a Doña Rogelia.

Solo una pregunta: ¿Por qué las crisis públicas no han de tener el mismo final que las privadas?