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Todos habremos soñado alguna vez con fichar a Santiago Calatrava para construir un puente de diseño -en un sueño no vamos a quedarnos cortos- entre Menorca y Mallorca. Hay quienes lo han visionado con la Ciudad Condal como destino, quizás los nacionalistas, del Barça o que tienen allí un médico conocido. Este es el sueño. La realidad es la pesadilla de no disponer de las comunicaciones aéreas que necesitamos los menorquines. La pesadilla no solo se repite por cotidiana, sino que las oleadas de reivindicación siguen los ritmos cansinos de esfuerzo-euforia-decepción. Las pequeñas batallas que acaban con victoria -conseguir una OSP con Madrid- son pírricas, porque no representan un cambio en el tránsito de la pesadilla al sueño.

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Mañana se celebra una interesante cumbre entre administraciones, compañías aéreas y el sector empresarial de Menorca. Dispondremos de un nuevo estudio, que seguramente pondrá cifras a lo que ya sabemos. El problema no está en la estadística o en la contabilidad, ni en los organismos administrativos, ni en las mesas aéreas, ni en la movilización social, ni en la política comercial de las compañías, sino en la ausencia de una visión que permita el trato distinto que Menorca precisa para que las comunicaciones aéreas no sean un lastre para el desarrollo económico y para la calidad de vida.

Aunque peque de pesado, insisto en que la única forma de conseguir un puente, en este caso aéreo, es reconociendo la doble insularidad. Menorca no tiene la misma necesidad ni recibe el mismo trato que su hermana mayor, Mallorca. En el reparto de los recursos públicos hay que aplicar la discriminación positiva a favor de Menorca. Los menorquines deben tener un mayor descuento de residente para volar al mismo precio que los mallorquines. Sería un paso para despertar de la pesadilla.