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Vuestros padres os mintieron. Y, como hijos aplicados, os creísteis las múltiples falsedades con las que os acunaron y mecieron. La primera fue lo de las cigüeñas, esas que siempre venían de París. ¡Eso sí que era saber promocionarse turísticamente! Porque – ¡créanme! - lo de la semillita tardaría todavía en idearse, para disgusto de los franceses (el turismo descendió notablemente con la jubilación de la susodicha cigüeña). Y vosotros… ¡Pues vale, que Paquito, vuestro hermanito, ha venido de la capital francesa! ¡A mandar! Aunque, a decir verdad, la cosa os resultaba un tanto rara. Los niños menorquines vivirían hoy angustiados si esa primera versión se hubiera mantenido. ¿Llegará mi Paquito con el follón del transporte aéreo que tenemos montado? –se preguntarían-. ¿Y si la cigüeña está en paro y el nene tiene que venir en Ryanair? ¿Sabrá la cigüeña de marras localizar mi casa, con tanta rotonda, o, por el contrario, estará dando vueltas ad infinitum en una de ellas? ¿Y si Paquito, cuando llega, llega ya con barba?

Pero hubo otras mentirijillas… ¡Efectivamente! ¡Acertó usted! ¡Lo de los Reyes Magos! Y tú te preguntabas: ¿cómo pueden estar los condenados en cuarenta y dos sitios a la vez? Con el tiempo aprendiste que a eso se le llama ubicuidad. Ahora los peques no se extrañarían. Sin ir más lejos, los señores diputados y senadores permanecen en sus escaños y, paralelamente, están en la Luna. ¡Y luego hay gentes de mal vivir que van diciendo por ahí que no curran! Ese es –crees- el único viaje de sus señorías que no se realiza en clase vip y que os sale gratis… ¿Será posible?

Os mintieron, sí… Continuamente… ¡Malvados! Y no contentos con los enredos anteriormente señalados os hicieron creer que el trabajo –cuando se tenía- dignificaba al hombre. A no ser… A no ser que ahí acertaran, porque vuestra clase dirigente no es, cierta y excesivamente digna… ¡De acuerdo! ¡Aceptaréis pulpo como animal de compañía! Pero hubo otras… Algunas muy gordas, como las que se recogen en ese libro de humor que se titula «Constitución Española». De hecho, sus redactores fueron conocidos como padres de la patria, no porque la hubieran parido, sino porque, en su calidad de padres, faltaron continuamente a la verdad…

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Y hay esa otra, tan difícil de abordar… ¿Cómo lo dirías en plan light? Esa mentira según la cual ciertos hábitos sexuales producían ceguera… De ser cierto –tal vez aquí tampoco vuestros progenitores faltaron a la verdad - hallarías la explicación a tanta ceguera en quienes dirigen el cotarro nacional. No es que sean, pobrecitos, incompetentes o soberbios o corruptos, sino que, antaño, simplemente, fueron un tanto viciosillos…

Os mintieron... Incluso en los cuentos con los que os dormían. Os hicieron creer que las princesas eran buenas. Que los malos acababan perdiendo. Que las brujas se podían identificar fácilmente por su escoba. Que el espejo decía verdades. Que, al igual que lo que le ocurría al sapo, se podían cambiar las cosas. Que con la preparación, el esfuerzo y la constancia se cumplían los sueños de Cenicientas y Cenicientos. Y que los gatos pobres podían tener botas (vivienda, trabajo, futuro)…

Pero, a pesar de todo, decides quedarte con las mentiras de tus padres. Porque prefieres a sus Reyes antes que a los que matan elefantes… Porque prefieres creer en el don de la ubicuidad e ignorar que no es posible ejercer de diputado y, simultáneamente, echarte una siesta en el Congreso. Porque prefieres creer que el trabajo sí dignifica. Que quien salva una patria no es quien redacta un texto grandilocuente, sino, por ejemplo, el abuelo del segundo cuando recoge a sus nietos del colegio y los alimenta... Que la ceguera no nace de eso, sino de la soberbia y la insolidaridad… Que, a fin de cuentas, vuestros padres sabían lo que se hacían, como sabían que la imaginación era –y es aún hoy- un buen refugio ante la mezquindad. Tal vez el único.