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Si algo sabes, a ciencia cierta, tras treinta y cuatro años como profesor, es que los adolescentes, salvo casos excepcionales, son el resultado del entorno en el que se han desenvuelto. Cuando el amor, la educación, el respeto y la tolerancia han deambulado por sus hogares, por sus aulas, por sus barrios, los jóvenes se mostrarán –por convicción, mimetismo y asunción plena de esos valores- cultos, respetuosos y tolerantes. Por eso te irrita cuando (muchas veces desde la dolorosa vejez no asumida) se les tilda de chulos o de irrespetuosos. Y esa crítica se enmarca, precisamente, dentro de un país donde los chulos, los que se jactan de miserias propias y ajenas, los fardones, han procreado y siguen procreando. Para muchos chavales esos han sido sus referentes en una sociedad a la que, intencionadamente, se le sustrajeron sus valores éticos. Como se les sustrajeron también a ellos.

- ¿Chulos?

- Sí, chulos –te contestas-. Desde de los de baja intensidad hasta los que conmueven los cimientos de la nación. Desde los famosillos que, sin oficio –pero sí beneficio-, ajenos a todo corsé moral, se atreven a examinar con lupa las vidas ajenas (pero nunca las propias) desde la telebasura vuestra de cada día, hasta los que, amparados en elevados conceptos, os han robado incluso el aliento.

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La lista –lo sabes- sería interminable: chulos que, desde el poder, os toman por imbéciles; chulos que roban vuestro dinero sin máscara ni revólver; chulos que, emparentados con poltronas, se creen intocables; chulos que, tras cada primero de mayo, hurtan al obrero al que dicen defender; chulos con toga que, tras haberse pasado la independencia por el forro, no han dudado en etiquetarse políticamente; chulos que, bajo una honorabilidad que jamás tuvieron, ponderan sobre esencias patrias; chulos que, aprovechándose de la desesperación de tantos, prometen poder alcanzar un paraíso, a sabiendas de que eso ya se cató; chulos que confunden democracia con guillotina; chulas que, desde su opulencia, vomitan, para escarnio de tantos, que no llegan a fin de mes; chulos del sobre y de la contabilidad B; chulos, que sin experiencia, ni querencia, ni vocación, ni trabajo, ocupan cargos que no merecen; chulos de la cultura que alcanzan réditos no por talento, pero sí por amiguismo; chulos del elogio y la adulación; chulos de los paraísos fiscales en los que se obvia el infierno que los hizo posibles… Chulos, jactanciosos, pendones, perdonavidas, fardones, engreídos, presumidos, altaneros y, a la postre, ciegos de soberbia, el único defecto que, por jamás no reconocido, carece de cura…

Ese es el modelo que vuestros adolescentes ven en la España de hoy, que es tanto como decir en la España del 98, aún inalterada. Eso es con lo que, sin aurora, desayunan cada mañana. Eso es, sí, con lo que, igualmente sin aurora, cenan cada noche. Esos son los parásitos con los que se encuentran en su bloque de viviendas (estragos del mimetismo), en su calle, en su barrio, en su ciudad y, en vertiginosa ascensión, en la cúpula de las más altas instituciones, prostituidas.

De ahí el peso sobrevenido de padres y educadores. Lucháis contra medios poderosísimos que crean, apoyan, sustentan y propagan ese modelo de sociedad, en complicidad con el poder, cualquier poder. Los que anhelarían, ante todo, vuestra división. Y os sentís desarmados y vencidos a priori. Pero os quedan armas cargadas de futuro: os queda el marco de vuestro hogar, el amor que podéis dar, el aula, la cultura, la palabra y el ejemplo… Y os queda -¿para qué negarlo?- una larga y angustiosa espera.

Hoy toca decirles a vuestros jóvenes que no son chulos. En el peor de los casos, solo imitadores. Y que hay otras opciones, radicalmente distintas: las de la honestidad y la honradez. Esas que habrá que predicar y, por encima de todo, aplicar. Porque se lo merecen. Porque les urge. Porque están sedientos, aún sin saberlo, de ellas. Porque se les está haciendo tarde…