TW

¿Puede cambiar tu vida una palabra? ¿Un simple adverbio? La existencia, casi siempre, acaba siendo el resultado de lo que hicisteis o dejasteis de hacer y no el fruto de la casualidad. De lo que hicisteis, pero también de lo que dijisteis. Y sí, un adverbio puede cambiar vuestra vida. El de negación…

Hubiera sido salvador, por ejemplo, un no ante el primer capricho ilógico de vuestro hijo. Tal vez ahora no sería ese adolescente porreta que exige incesantemente otro adverbio («más»). Como salvador hubiera resultado, igualmente, un no ante el primer cigarrillo, ante el primer botellón, ante la primera propuesta exenta de honradez u honestidad…

- ¿Te lo imaginas?

- Un no acallando la calumnia, la murmuración tolerada, el sacrilegio aplaudido, la maldad vitoreada…
Sabes que los adverbios no gozan de prestigio. Que son considerados como meros apéndices del verbo al que únicamente matizan. Un no que ha de soportar, además, el dolor de su desuso. ¡Cuesta tanto pronunciarlo! no obstante, ese desuso no es sino el efecto de vuestra cobardía. ¿Cuántas veces habéis efectuado rodeos para evitar su pronunciación? ¿Cuántas mentiras dichas por no utilizarlo? ¿Cuántas excusas con tal de rehuir su presencia?

- ¿Vendrás?

- Verás, es que…

- ¿Vendrás?

- no.

Se acabó.

- ¿Y?

- Un no contundente ante el préstamo bancario innecesario, ante el voto amoral impuesto por la disciplina de partido, ante…

Noticias relacionadas

- Tantas cosas...

En el terreno jocoso -piensas ahora- su uso os habría ahorrado infinidad de incomodidades: la insufrible barbacoa de ese domingo malgastado; el préstamo de vuestro coche; el cargo que ostentáis y para el que no estabais preparados; el viaje que no os podíais permitir…

Muchas veces -lo sabes- vuestra vida se ha complicado extraordinariamente por no haberos sabido negar a algo. Quizás sea fruto de una época en la que la buena educación se ha confundido con un ceder siempre. Existen cesiones positivas, pero en su inmensa mayoría la falta de voluntad a la hora de negar ha sido fruto de la debilidad o del miedo al qué dirán. Reivindiquemos, pues, aquí y ahora, la necesidad de utilizar con más frecuencia el no de cara a una regeneración tanto personal como colectiva:

- ¿Te apetece venir?

- No.

-¿Me das veinte euros?

- No.

- ¿Puedo regresar a las dos?

- No.

Quizás hubierais salvado a vuestro hijo de una drogodependencia si no hubierais sucumbido a sus chantajes. «No, hijo, no». Quizás hubierais rescatado vuestro matrimonio si os hubierais negado a tirar la toalla con excesiva facilidad, ya que, si hubo amor, éste tan sólo se perdió y debe buscarse. «No. ¡Intentémoslo de nuevo!" Tal vez os hubierais reconciliado con ese hermano, con esa madre, con ese amigo si hubierais sajado el veneno de quien os recomendaba manteneros firmes y no ceder. «No. Voy a llamar»…

Un no desnudo de explicaciones no es fácil. Requiere valor. Exige seguridad. Pero nadie dijo que vivir fuera fácil. Que pudiera ejercerse ese oficio sin valentía. Que fuera factible desde lo pusilánime. Pero hay por ahí suelto mucho mal nacido que ante vuestra dificultad para pronunciar un «no», se aprovecha de vosotros... Y ese «no» no se refiere al altruismo, ni al desprendimiento, ni a la caridad, que urgen de un permanente sí… Sólo a lo éticamente reprobable, a lo socialmente impuesto, a lo familiarmente nocivo, a lo profesionalmente dañino. No, por tanto, a sacar sistemáticamente las castañas del fuego al falso compañero de oficina, perezoso, que delega en vosotros las tareas que le son propias. No al hijo al que se ama y al que con ese no se le dará la más inequívoca prueba de un amor sin medida. No al que pretende convenceros de que se puede comprar ahora y pagar después. No al que os propone que baséis vuestra felicidad en la desgracia ajena. No a todo aquello que, sin beneficiar a nadie, y perjudicar a tantos, cercena la libertad y os priva de ser, al fin y al cabo, amos de vuestra propia existencia.