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Desayunaban en silencio. Cansina, la lluvia empapaba los árboles, el parterre desolado, los columpios ociosos, el surtidor agostado. Ella había notado que él tenía el mono, tan habitual en las cercanías de Navidades. Él le sonreía de lejos, ensimismado en su obsesiva introspección. Sí, otra vez el mono, como si llevara la cabeza dentro de una nube, que lo obnubilaba. Tenía ochenta años pero no se sentía viejo, no, pero se sabía obsoleto, sí, se encontraba desubicado. Él y sus camaradas, entonces su partido era el Partido, habían querido cambiar el mundo, pero el mundo solo se deja interpretar, y siempre groseramente: tanto tienes, tanto vales... La corrupción es una alta marea de lava que ha calcinado el escaso tejido moral de nuestra sociedad. Su único hijo era felipista y millonario, sus tres nietos eran cibernéticos, Mercedes se había aficionado a la alfalfa que suministra Tele 5, su nuera se llamaba Vanessa. En casa de sus padres nunca hubo libros, tampoco los hay en casa de sus nietos; él habrá sido un paréntesis humanista, era uno de esos seres, entre patéticos y entrañables, llamados autodidactas¡ Esa vieja querencia suya por la cultura, esa firme convicción, larga y cálidamente albergada: a más cultura, mayor conciencia social y moral. Franco había sido un criminal y un analfabeto, y él siempre ha creído que era la segunda denominación la que determinaba la primera. Tempus edax rerum