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Deberías de haberlo sabido: tomar el vuelo de las siete de la mañana, hacia Palma, el día de Año Nuevo, no podía ser buena idea. Cuando sacaste la tarjeta de embarque, un ojeroso empleado te preguntó si ya habían dado las doce campanadas. ¡Jo_er! –exclamaste-. Solo cinco políticos y un conocido modelo serían tus compañeros de viaje. La noche penetraba aún por los ventanales, adueñándose de una terminal desértica que acongojaba. Por megafonía, el empleado preguntaba nuevamente si habían dado las doce y se inquiría por una tal Pussy.

Ya en el avión, te percataste de que el modelo llevaba el cinturón de los pantalones desabrochado, algo que, al parecer, despertó la lascivia de una de las azafatas que, con un matasuegras en la boca, decía algo de «en cumplimiento de las normas internacionales de aviación…» El hecho de que, de la cabina, surgiera un «¡Feliz Año Nuevo!» balbuceante no resultó tranquilizador. La azafata de marras se acercó al modelo para abrocharle o desabrocharle del todo – no quedó claro- el mentado cinturón (el del pantalón, no crean), lo que interpretaste como una nueva y atrevida política de atención al cliente por parte de la compañía. Mientras, un político ensayaba en voz alta un discurso que arrancaba con un original: «Españolas, españoles, españolos» que fue replicado con un «¡Fascista!» lanzado al aire por un tal Pablo Catedrales. Simultáneamente, los padres de la patria intercambiaban sobres y maletines varios.

La noche seguía cerrada. Con la caída de un rayo, el modelo lanzó un «¡ay!» que tú atribuiste, más que al sobresalto, a los arrumacos de la azafata en su encomiable labor de ponerle bien los pantalones. El resto de las auxiliares de vuelo, no queriendo ser menos, se lanzaron también sobre el famoso. Tal era la acumulación de azafatas en el lado izquierdo del avión que éste se escoró, momento en el que apareció el comandante. «Vendrá a poner orden»–pensaste-. ¡Craso error! Tras observar a las descocadas auxiliares exclamó: «¡Yo también juego!» El avión iba dando tumbos, mientras los políticos intercambiaban estampitas de quinientos euros. Y tú rezabas con el loable fin de llegar, simplemente, a Palma. Un segundo rayo cayó, instante en el que hizo aparición teatral el copiloto. «¡Juanín!» – gimió airado tras contemplar al comandante rodeado de féminas-. En ese momento te diste cuenta de que al citado copiloto no le gustaba que Juanín, el comandante, jugara y de que su amor para con él no era correspondido.

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Entonces, angustiado, te preguntaste: «Si Juanín retoza con las azafatas y el copiloto llora su desencanto, ¿quién demonios pilota el avión?» Tus peores presagios se confirmaron cuando éste cayó en picado sin que a nadie pareciera importarle: la azafata seguía con lo del cinturón y los políticos con sus estampitas… El llanto del copiloto inundaba ya el pasillo central… Oraste nuevamente pidiéndole al Buen Dios que, por lo menos, el avión cayera en el lago artificial de la Almudaina, sin darle, a ser posible, al surtidor…

Tras el trompazo, inexplicablemente ilesos, fuisteis saliendo del avión: el modelo iba semivestido de azafata y la azafata semivestida de modelo, pero –eso sí- con el cinturón desabrochado. Nada saldría ya mal. Nueva equivocación… Una lancha se dirigió hacia vosotros. Al ver que a estribor aparecía la palabra Polizia intuiste lo peor. Y no digamos cuando, a babor, leíste Carabinieri.
Preguntaste a un agente si estabas en Palma, a lo que el comisario Brunetti te señaló la Piazza di San Marco…

Y aquí estás, en la questura veneciana, detenido con toda la tripulación, intentando explicar en italiano porque una auxiliar de vuelo lleva pantalones y un muchacho falda y gorrito de azafata… Si sales de ésta concluirás tu próximo artículo con un ruego: ¡Nunca, en Año Nuevo, coja usted el primer vuelo de la mañana! ¡Porca miseria!

P.S (para lectores crédulos): todo lo anterior, of course, es pura ficción…