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Algunos comportamientos es lo que tienen. Dan un cante que se les nota todo. ¡Mira tú que casualidad! Unas horas antes de la detención de Rodrigo Rato (en el mismo día), Montoro, don Cristobal, acertó a decir que para la ley no existen ni nombres principales ni cargos importantes ni privilegios. No lo dijo exactamente así pero vino a decir que con el PP, en esa cosa tan lamentable de la corrupción, el que la hace la paga, como si él no supiera nada de lo que iba a pasar luego por la tarde, en un espectáculo gratuito para el que se convocó previamente a los llamados medios, lo de la mañana y lo de la tarde empezó a tener sentido. Rodrigo Rato, otrora virrey en la corte pepera, era paseado por la vergüenza de telediarios y tecnología de bolsillo, rodeado de policías y expertos en la recolección de pistas incrustadas en la memoria de ordenadores y papeles varios que le pueden inculpar de todos esos males que tan reiteradamente han hecho metástasis en algunos políticos que han tenido los millones al alcance de su golfería insaciable. En ese sainete, no podía faltar la mano del policía empujando el cogote del presunto detenido.

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Al día siguiente, Sainz de Santamaría, doña Soraya, en esa creencia de que España está poblada por un atajo de idiotas, incapaces de ver tres en un burro, dijo: «Las instituciones funcionan y el señor Rato hace tiempo que no tiene en el gobierno ningún cargo», o algo así vino a decir. Primero: mire usted señora, ¿qué milagro es ese de que las instituciones funcionan? Eso es lo lógico, lo normal, lo exigible, que para eso precisamente las pagamos. Y en caso de no funcionar, sus responsables deben ser cesados fulminantemente. Segundo: esa forzada actitud, esa apariencia en diferido de que el señor Rato ya no tiene nada que ver en el PP, me recuerda, salvadas sean todas las distancias, aquello de que «si san Pedro no negase a Cristo como negó, otro gallo le cantase mejor que el que le cantó». Dicho de otra manera, Rodrigo Rato, mientras les fue útil fue una especie de dios Midas, el artífice de los años de las vacas gordas, el espejo donde mirarse. Ahora ha caído en desgracia. Es, como todos aquellos presuntos corruptos que dañan la imagen del PP, un apestado, un bulto, uno que pasaba embozado por la otra acera frente a la sede de Génova. ¡Pues no señora! Para la ciudadanía, las presuntas fechorías que pueda haber hecho el otrora vicepresidente, van parejas con las de un tal Matas, un tal Fabra, un tal Granados y un larguísimo etcétera de presuntos chorizos, otrora excelentísimos señores. O sea, una generosa, por abultada muestra, de presuntos golfos que lastran pendiente abajo la imagen de donde militaban, ocupando los más altos cargos. De nada sirve señora que ahora haga usted como si no los conociera de nada, porque ya digo, a la ciudadanía no se les despintan. Y si no, pregúnteles a los que se han dejado sus ahorros en Bankia por la brillante gestión del señor Rato y otros como él.

Creo que ustedes lo que han pretendido ha sido dar un golpe de efecto ante las elecciones, metidos como están en el albañal de la corrupción. Pero el personal es bastante más inteligente que muchos de los que nos gobiernan aunque sólo sea porque se dan cuenta de que las puestas en escena, los golpes de efecto, para ser creíbles, han de estar aderezados con esa materia escasa que da la honorabilidad. Si no, se convierte en un terrible boomerang. Y respecto a determinados corruptos de guante blanco, para mí tengo que están de acuerdo con su conducta y que piensan que ni siquiera cuando se limpian el culo están cerca de la mierda. Consideran que lo que trincan forma parte del salario por su trabajosa dedicación que un día, en mala hora, les regaló la voluntad de las urnas.