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Ningún hombre cuerdo cree que un moribundo pueda sanar con aspirinas. Los presidentes del que solemos denominar Primer Mundo, sí. Y, sin embargo, no son estúpidos, aunque os tomen por tales. Entienden de perfumes y con ellos disimulan el hedor de sus vergüenzas. Conocen el origen del mal. Incluso la pócima que conduciría a la curación. No obstante, ésta es demasiado costosa. Su aplicación conllevaría, incluso, sacrificios propios que no están dispuestos a asumir. Estás hablando de la inmigración y de las setecientas personas que, en busca de una vida mejor, la perdieron en el naufragio de un barco de apenas veinte metros cuadrados que, desde las costas de Libia, pretendía llegar a las de la honorable Europa...

- Este no es, ya, tu Mediterráneo...

- No es, sin duda, el Mediterráneo en el que florecieron algunas de las civilizaciones más bellas, esas a las que debéis filosofía, democracia, ética...

- ¿Ética?

- La que naufragó igualmente un día en las conciencias de tantos; esas que, de existir, ocuparían mucho menos que veinte metros cuadrados...

El análisis y posteriores actuaciones que, sobre lo ocurrido, ha realizado el Primer Mundo han sido las previsibles:

1.- Hacer un diagnóstico equivocado del problema para que, como diría Machado, «no acierte la mano con la herida». La culpa es de las mafias. No hay mejor manera de aligerar la mala conciencia propia que la de aumentar la ajena.

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2.- No formular la pregunta clave: ¿por qué deseaban las víctimas huir de su país? Contestar implicaría reconocer que la inmigración no es sino el natural anhelo del hombre por salir de la miseria. Nadie se la juega en vano...

3.- Evitar, a toda costa, otras interrogantes: ¿habrían emigrado si hubieran podido vivir con dignidad en su lugar de origen? ¿Quién les arrebató esa dignidad y por qué?

4.- Fingir ceguera y parchear. Cameron señala que enviara barcos a la zona, pero que no quiere a esos desheredados en su tierra. Cómoda caridad lejana, molesta caridad próxima. Paralelamente, los líderes se reúnen y hablan y efectúan pomposas declaraciones con la que anestesiar conciencias propias y ajenas. Es frecuente el uso de grandes palabras para obviar grandes atropellos.

5.- Y dejar que el tiempo pase y el episodio del Mediterráneo no sea sino recuerdo. Mientras, los dirigentes europeos tomarán alguna medida transitoria, alguna decisión inane, alguna actitud que palíe, pero no cure, la enfermedad que corroe. Como dar, sí, a un enfermo terminal, una simple aspirina...

Pero la dolencia sólo sana si se ataca en su raíz. La inmigración, el hambre y las revueltas de la desesperación no desaparecerán si las sociedades desarrolladas no admiten, de una puñetera vez, que el origen de esos males reside en la desigual y vergonzosa distribución de la riqueza; que su opulencia se debe a la pobreza extrema de las tres cuartas partes de la población; que la única quimioterapia válida es la de reestructurar el orbe de manera solidaria, esa en la que las naciones estén dispuestas a perder parte de lo que tienen en beneficio de los que, precisamente, nada poseen. Nadie ha estado por la labor hasta la fecha. Ni lo estará –temes-. Porque una cosa es lanzar al hambriento los restos de una opulenta comida y otra muy distinta compartirla. Y todavía sois capaces de horrorizaros ante quienes, tras jugársela, llaman a vuestras puertas para exigir, simplemente, lo que en justifica les corresponde. No hay otra que la de crear un futuro equitativo. Ese en el que África (y...) no sea la gran perdedora de siempre y el Mundo del Bienestar se mude en el de la Ética, haciendo factible el que nadie se vea forzado a una emigración indeseada. ¿Utopía? Sí. Como lo fueron antes muchas de las realidades actuales.

- ¿Y?

- Pues eso: mientras tanto seguiremos dando aspirinas, porque la gangrena no nos afecta, de momento...

- De momento... Al fin y al cabo sólo se trata de números sin rostro: setecientos... Y los números nunca duelen...