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Cuando, anualmente, explicas a tus alumnos el noventayochismo te preguntas –mirándolos- si las cosas han cambiado o seguís con una España, en terminología machadiana, aún vestida de Carnaval, «pobre y escuálida y beoda…». Si sigue siendo, este, un tiempo de mentira, de infamia. Si quienes han gobernado o gobernarán, consciente o inconscientemente, continuarán aferrados al oculto anhelo de que la mano no acierte con la herida. A saber: que la ciudadanía no sea jamás consciente de la enfermedad que la aqueja y, aferrada a circos varios, no vea, como urgente, el abandono de la visceralidad, del cainismo y el deseo de regeneración. El mismo que sintieron Machado, Baroja, Unamuno… Pero a ese temor unes otro, aterrador: ¿sentirán vuestros jóvenes, como aquellos adolescentes del 98, la necesidad de «montar (…) en pelo una quimera»? ¿Querrán ir en pos de su particular utopía? ¿Intentará un alba entrar en el fondo de sus sueños? ¿Deambularán con la luz de las divinas ideas? ¿Será su lema, todavía, el de «el hoy es malo, pero el mañana… es mío»? ¿O, al igual que los adultos asedados con fútbol y cotilleos de cama, perpetuarán, con su inacción, la España de la intolerancia?

No se lo han puesto fácil. No es casual (he aquí una historia de ciencia, pero no de ficción) que las nuevas tecnologías induzcan a la inmediatez y a la irreflexión más que a sus antónimos. Un whatsapp solo exige rapidez, pero no análisis; brevedad, pero no riqueza de lenguaje; temeridad, pero no ponderación… Alguien, en alguna parte, se estará frotando las manos ante la culpable contemplación de un mundo en el que millones de adolescentes no analizan, no leen, utilizan un lenguaje pobre y empobrecedor y no razonan. Y, ajenos a las miserias ajenas y pronto propias, están incluso entretenidos y, a la postre, convenientemente desactivados… Los juegos de tablets e internet harán lo propio. Vuestros adolescentes lucharán por el desheredado virtual, mientras les resultará indiferente el mendigo de la esquina. El papel de cenicienta que están adquiriendo las humanidades en los volátiles sistemas educativos y el bienestar aportarán el resto. ¿Les habrán robado ya, anestesiándolos, incluso la posibilidad de que tengan su sueño, su quimera, su utopía y puedan partir, pues, a por ella?

Los casi adolescentes del 98 intentaron desvestir a España del disfraz. Su presente era malo, pero el futuro lo sabían suyo. Fracasaron. Pero jugaron: «Y es hoy aquel mañana de ayer… Y a España toda,/ (…) aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda». (1) ¿Vuestros jóvenes –vuestro futuro- saben que el mañana es suyo? ¿O les han hurtado también eso: la opción del intento, hasta la del fracaso que, a diferencia de la abulia, dignifica?

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Se cerró una etapa. Comienza otra. Se habló de círculos, transparencia, casta… Todo parece mudarse, sin embargo, ahora (¡tan pronto!), en reuniones secretas en selectos hoteles. Las figuras geométricas adquieren conocida forma de partido tradicional. Caen las caretas. Se suplantan las viejas por otras. Y los programas acaban, siempre, por tener patas por las que discutir y sobre las que apoltronarse…

Es hoy. Machado les recordaría a vuestros hijos que, no obstante, hay un mañana que les pertenece. No es virtual. Es real. Les empujaría a que abandonaran la pobreza del lenguaje para, con él, inundarse de humanidad. Les rogaría que solo participaran en buenas causas, palpables, que no de pantalla. Les imploraría que no se dejaran atontar por los sucesivos poderes (igualitarismo último y único). Que no dieran de comer al pobre de plasma, sino al de carne y hueso. Que fueran en pos de su personal e intransferible meta quijotesca. Machado, en definitiva, les recitaría, para despertarlos, sus propios versos: «Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre/ la voluntad te llega, irás a tu aventura/despierta y transparente a la divina lumbre: como el diamante clara, como el diamante pura.». Ojalá…

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1.- Machado, Antonio: «A una España joven».