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Son superhéroes, aunque no tengan ni capa ni antifaz. Tan solo unas manos temblorosas. Jamás aparecerán en un cómic de Marvel. Se les ve fácilmente en mañanas soleadas, sentados en un portal, dejando que pase un tiempo que saborean con fruición. Se los ha encontrado usted con frecuencia, pero no observado, tal vez porque sus ropas son iguales –o peores- a las de cualquier hijo de vecino. En el portal, se ahorran el euro del café...

Dormirían hasta tarde, pero se levantan en amanecida, porque así lo requieren aquellos a los que salvarán. Y se izan a plazos, lentamente, con miedo... El dolor arrecia. Unos rezan. Otros no. Sin embargo, todos dan gracias cuando se descubren secos porque, esa noche, la incontinencia pasó de largo y se fue de parranda. Después se huelen y constatan que pueden obviar, por un día y afortunadamente, la ducha que, para ellos constituye suplicio... Se encaminan luego hacia la cocina, tras transitar penosamente por los pasillos que, con el tiempo, se hicieron interminables... En aciagas ocasiones, han de regresar, porque se dejaron sus dientes postizos sobre la mesita donde permanentemente reside una foto –la foto- desvaída por los días. Y reinician el periplo, saludando a la soledad que pulula, desde hace mucho, demasiado, por cada recoveco de su piso...

El rito continúa: abren con verdadero terror la nevera mientras se preguntan qué cenaron ayer o si, al final, se tomaron las pastillas. La temen vacía... O peor: sucia. Cuando lleguen ellos, todo ha de estar pulcro, aseado. Y, durante el desayuno, le cuentan a esa otra foto amarillenta que hoy ha habido suerte, que no les duele la cadera... Tus superhéroes rara vez viven en pareja, porque uno de los dos se fue a tiempo, aunque, para quien ama, siempre es a destiempo... Si el reuma les muestra su rostro más amable, lavan los platos, primero y se encaminan después, muy lentamente, hacia esa vieja butaca que es la preferida... Maquillan entonces su dolor con una sonrisa, porque lo último que anhelan es inspirar lástima... Y esperan... A que suene el timbre, a entrar en acción. Ese timbre jamás suena en sábado y, mucho menos, en domingo, salvo en días festivos de colegios perezosos...

Los que llegarán lo harán con prisa. Su visita no es preocupación, solo necesidad. Y no habrá espacio para el amor, ese que un día les tuvieron... Pero eso, a fin de cuentas, no les importa, ya no...

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Son algo muy parecido a una ONG. De hecho, este país se hundiría probablemente sin ellos y el paro se dispararía hasta límites insostenibles... En los presupuestos del Estado, no hay partida alguna para su labor. Por eso se las arreglan como pueden. Por eso se sientan en los portales. Por eso evitan el euro del café. Y hacen milagros con lo suyo para ayudar discretamente a quienes salvan continuamente... O para fingir...

No esperan medallas...No las tendrán... Ni homenajes, a no ser la sonrisa de un niño y la huella dejada en él. Con eso les basta... No es poco...

¿Sus armas? –te preguntan-. El coraje, el amor, la generosidad y un saber perdonar que, en ocasiones, demasiadas, se les hace cuesta arriba, sobre todo cuando la ingratitud se crece... Esa que lloran luego en solitario...

Finalmente llaman a la puerta... Y los héroes se precipitan hacia ella, disimulando su dolor de espalda... No pueden mostrar torpeza, la que generaría reprimenda, desconfianza, cuando no desprecio. Según el guión previsto, por conocido, les dejan a los nietos. Y unas palabras no pronunciadas: «¿Cómo te encuentras, padre/madre?».

Has conocido a uno de esos héroes. A muchos, en realidad. Es un abuelo que, como tantos, cada mañana convierte su 5ºC en guardería, haciendo posible que sus hijos mantengan un puesto de trabajo. El que les permitirá gozar a tutti pleni de los domingos, esos en los el timbre no sonará, los mismos domingos en los que, desde la butaca, tus héroes le seguirán contando a esa foto de mesa camilla que esa noche estuvo bien porque pudieron respirar sin mascarilla...