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La Navidad también es cruel. Detrás del anuncio de la Lotería, el último villancico y la felicidad que campea en al aire a sus anchas hay un mundo gris que o no vemos o no queremos ver. Un puñado de historias que tergiversan estos días en los que parece como si viviésemos en un cuento protegidos por una burbuja que nos aleja o nos envuelve de la realidad. Y la realidad es, precisamente, que entre tanto abrazo, sonrisa y beso, hay quién no es feliz y debe camuflarlo porque no es políticamente correcto o para no fastidiara los demás. Y hoy aprovecho para mandarles esta columna y un abrazo sincero.

Parece como si la Navidad llevara implícito que está prohibido estar triste o abatido, que el buenrollismo que impera en el ambiente ahoga cualquier nota discordante. Desde la persona que no es feliz con lo que hace a la que se siente sola, desde aquel que ve que el mundo no es como le gustaría al que tiene repelús a estos días de alegría masiva. Por otro lado, también está el que es feliz así, claro.

Es muy difícil estar solo o afrontar cualquier problema cuando a tu alrededor todo se vuelve distinto, más simpático y te das cuenta de que en la ecuación el problema eres tú. Yo soy feliz, ahora, pero no quiero que una persona tenga que serlo por imperativo del calendario. Predicamos que tenemos que hacer del mundo un lugar mejor, esforzarnos individualmente por el bien del colectivo, pero no nos paramos a pensar cómo de cruel puede llegar a ser la situación de alguien que no quiere o no puede ser feliz y lo vamos forzando a ratos con psicología barata, otras negociando o pegándonos unos lingotazos de escándalo en alguna barra del bar.

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Quizás el mensaje es erróneo. Puede que en lugar de preocuparnos más por intentar ser felices tengamos que analizar qué hace que no todo el mundo lo esté. Y darle libertad. Soltar algo así como «si esta Navidad no te apetece sonreír, ya lo harás la próxima». Y tan panchos. Casos con algún riesgo a parte, evidentemente.

A mí me gustaría que si entre el puñado de personas que puedan llegar hasta este artículo hay alguien que o no es feliz o no le apetece serlo a pesar del tintineo cansino de los cascabeles, que no se preocupe, que no se vea forzado a disimular y que encuentre un abrazo amigo, unas palabras de consuelo que en lugar de empujarlo a sonreír cuando lo mandarías todo al carajo le sirvan para saber que no pasa nada.

dgelabertpetrus@gmail.com