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El ritmo del cambio tecnológico es tan rápido y la capacidad de innovar constantemente es tan enorme que nadie sabe hacia dónde vamos. Lo decía Mario Benedetti, «cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas».

«El País» ha celebrado esta semana su 40 aniversario. Ese apasionante proyecto periodístico que nació el 4 de mayo de 1976, debate constantemente sobre su futuro. Y aunque toma una dirección no sabe cuál es el destino. Apuesta por lo digital. La edad media de la redacción es lo único que vuelve a ser como hace 40 años, las mesas están llenas de gente joven, con varias pantallas, inmersos en el universo digital. Sin embargo, los directivos reconocen que no saben cuánto tiempo durará lo que hoy es tendencia y tecnología puntera. Por ejemplo, cada día las noticias se leen más en el teléfono móvil, pero dentro de unos años seguramente ya no será así, el formato habrá cambiado, o quizás nosotros mismos seamos el hardware y aceptemos incorporar el software más innovador del mercado. El que podamos pagar.

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Es apasionante observar el universo inmenso que se abre ante nosotros con esta cuarta revolución industrial. Y comprendes la pasión de quienes ven las enormes oportunidades de la revolución de las nuevas tecnologías. Sin embargo, muy pocos ponen el acento en los riesgos.

Desaparecen profesiones tradicionales o se trasforman totalmente, sin embargo la gran mayoría sigue yendo a la universidad a por el título. La formación genérica pierde valor a favor de la especializada. Un universitario tendrá menos opciones de trabajar que un fontanero, albañil o camarero. Y sobre todo, no habrá trabajo para todos.

Estos retos nos quitarían el sueño si les prestáramos un poco de atención. Pero nuestros políticos prefieren debatir, por ejemplo, sobre la reforma laboral.